Opinión

¿Quién miente?

Sin lugar a dudas, para mí lo más detestable es la mentira. Mentir es algo que personalmente me hace daño. En clases, a los alumnos les digo siempre que digan la verdad por muy dura que sea y es así que nunca en clase he reprochado a nadie que diga la verdad aunque me duela. La amistad que viva en la mentira nunca puede llegar a ningún lado. Viviendo en un clima de sinceridad y en la verdad se cumple muy bien aquello del Evangelio de que “la verdad os hará libres”. Toda libertad brota de una actitud correcta y de verdad lo contrario destruye las esencias de la convivencia. Está claro que la libertad es para el bien, lo otro destruye las esencias de la amistad.

Viene a cuento este tema con ocasión de las pasadas elecciones. Uno queda sorprendido al oír los mítines electorales o ciertas intervenciones parlamentarias. La sorpresa brota de que en una misma sesión parlamentaria o en cualquier mitin vemos que ahora te dicen blanco y en el siguiente negro. Es esta una de las lacras de algunos sistemas que se dicen democráticos.

Vemos por ejemplo, y lo saben los candidatos, que se les llena la boca de promesas y promesas que a la vuelta de la esquina ni existen ni luchan por ellas. Si nos tomásemos la molestia de anotar todas las promesas de cualquier mitin político quedaríamos sorprendidos al contemplar cómo en la mayoría de los casos ni se cumplen ni se vuelve a hablar de ellas. Anoten por ejemplo la serie de promesas que algunos hacen en las campañas electorales a voz en grito. E incluso tomen nota de los innumerables insultos de unos a los otros. ¿Para qué sirven? Para nada más que para entretener a un público que allí acude por rutina o para llenar el escenario y ver toda esa serie de falsas promesas. Y si eso es malo, peor es la lectura de programas que por lo menos son incumplibles como ellos mismos saben que así será.

Las vísperas de las elecciones todo son sonrisas, abrazos y promesas de las que tras el escrutinio ni se acuerdan. Mucha cercanía en las campañas y después seriedad y si te he visto ni me acuerdo. Esta es la cruda realidad en un cambio de postura muchas veces incomprensible. Es la denodada lucha por el voto. Por un voto hacen lo que sea menester, hasta que se proclaman los elegidos.

Ya he citado aquí varias veces sobre este tema al griego Aristófanes. Era un visceral humorista que precisamente en la cuna de la democracia dice cosas de ella que producen estupor. En una ocasión este escritor tan fogoso en sus criterios e incluso en sus obras de teatro llega a decir que la democracia convierte al hombre en charlatán y pendenciero. Bien quisiera que esa afirmación fuese falsa porque, personalmente y siguiendo al político inglés, es el menos malo de los sistemas actuales. Cierto: esencialmente que la democracia es el sistema que debiera facilitar que cada uno pueda andar por cualquier sector con la cabeza levantada en la certeza de que sin democracia es imposible una verdadera libertad por mucho que algunos intenten lo contrario.

Tengo por lema, y ustedes que me siguen lo saben, que la categoría de una persona se mide por la capacidad que posee de caminar al lado de quienes piensan distinto. El pensamiento es de uno de los demócratas para mí más apreciados, que fue el “viejo profesor”, don Enrique Tierno Galván. Así se ganó al pueblo de Madrid como alcalde que fue de la Villa y Corte. Gran fracaso tuvieron los que pretendían emularle.

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