Opinión

Reconocer un servicio

Vivimos en un mundo en el que muchas veces se habla de memoria y se “toca de oído” y esto nunca es serio. Existe un sector muy dado a criticar los defectos de la Iglesia (que los tiene) olvidando las inmensas virtudes que la adornan (que son las más). La ayuda innegable que presta la Iglesia en todo el mundo a veces se soslaya por aquello de lo “políticamente correcto”. Aireamos aquello y olvidamos esto incluso los miles de cristianos que están siendo asesinados en la actualidad en el mundo y la labor misionera y de caridad que, de manera tantas veces anónima, presta la comunidad fundada por Cristo hace más de dos mil años.
Hoy domingo, 13 de noviembre, se celebra el Día de la Iglesia Diocesana con el lema “Somos una gran familia contigo”. Un año más, el Secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia invita a colaborar con las parroquias: “En una parroquia fuimos bautizados y, por eso, pertenecemos a la familia de los hijos de Dios. Somos hermanos por el bautismo, hijos de un mismo Padre”. Con esta jornada anual la Iglesia pretende resaltar el sentido de familia y revitalizar igualmente la participación con la parroquia de cada cual. Incluso con la imprescindible colaboración económica. Son muchas las obras y los servicios e incluso las ayudas anónimas que presta la Iglesia para las que se necesitan aportaciones económicas. Los sacerdotes también somos personas con nuestras necesidades perentorias e incluso nadie nos regala por ejemplo el combustible para servir a diversos pueblos.

El dinero que se recibe del Estado es del mismo pueblo que así lo decide en su declaración de la renta. Póngase la cruz para la Iglesia u omítase, al declarante le van a retirar lo mismo. Es cada contribuyente el que decide libremente para donde quiere que vaya esa aportación que de un modo o de otro le va a ser descontado. Por ello es un problema de responsabilidad, una exigencia de la misma fe que reclama colaborar para sostener los servicios que recibe.

En el fondo, la Iglesia española sufre una idea heredada del régimen confesional anterior. Por ello desconoce que la laicidad y la aconfesionalidad es un bien tanto para el Estado como para la religión. Aquella situación creó en el pueblo la mentalidad de que la Iglesia ya estaba remunerada y nada necesitaba. Algo totalmente falso. Cada persona debe tener la grave obligación de sostener su credo religioso, sea cristiano, budista o musulmán. Es un ineludible deber que, tal día como hoy, la Iglesia católica española pretende recordar a sus seguidores. Una exigencia del bautismo en este caso. Es un deber de conciencia reconocer los servicios tanto de fe como sociales que prestan en todo el mundo los católicos. Porque sería incoherente que se hiciese distinción entre la pertenencia a cualquier club y asociación civil y a una religiosa. A ésta nos da rubor pertenecer, mientras el orgullo va inherente a nuestra vinculación con aquél.

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