Opinión

UNA NUEVA HUMANIDAD

En este solemne día de Pentecostés, el día por excelencia del Espíritu Santo, que es el motor invisible del mundo y el alma de la Iglesia, bien vendrá comentar una intervención del papa. Francisco trata de diseñar “un plan para resucitar” a la humanidad ante la crisis del coronavirus. En un artículo en la revista Vida Nueva, Francisco da su hoja de ruta para “la civilización del amor” frente a la “pandemia de la exclusión y la indiferencia”.

Se trata de la primera vez en su pontificado que escribe en un medio de comunicación, movido por “las graves consecuencias que estamos sufriendo por el covid-19”. Llama a un “movimiento” ciudadano que rompa con “esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas” para reconstruir la sociedad desde “los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. Esta es nuestra esperanza, la que no nos podrá ser robada, silenciada o contaminada”, dice en otro momento. Y envía un ultimátum a la comunidad internacional en favor del “desarrollo sostenible e integral” para proteger a la humanidad. Apuesta por “la creatividad y la fraternidad sin conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo”. 

De forma crítica se pregunta: “¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante guerras alimentadas por deseos de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos las medidas necesarias para frenar la devastación del medioambiente o seguiremos negando la evidencia?”.

Sobre la pandemia es rotundo: “Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven”. Haciendo referencia a España y América Latina insta a los adultos y a los jóvenes a tomar las riendas del planeta para ser “artífices y protagonistas de una historia común y responder mancomunadamente los males que aquejan a millones en el mundo. Si actuamos como un solo pueblo incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real”.

Y termina afirmando: “Es el Resucitado que quiere resucitar a una vida nueva a la humanidad entera. Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente”. Es el Espíritu Santo quien mueve el mundo y a quien debemos acudir.

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