Opinión

Una tónica irrenunciable

Me lo habrán leído aquí mil veces y es que entiendo que es la base y fundamento para todos los bautizados. Desde el Papa al último que ha recibido el bautismo tenemos una cosa en común. El bautismo es mucho más que un baño de agua, es un sacramento, es un signo eficaz y sensible. Y debiéramos comprender lo que significa esa palabra “eficaz”: produce lo que significa. 

Una bandera, por ejemplo, o el himno de un país es un signo sensible pero nunca eficaz. Representa al país aun cuando la nación a la que representa nunca está allí. El agua, entre otras muchas cosas, sirve para lavar y, referida al bautismo, es eficaz, es decir produce lo que significa: lava, en este caso, el pecado original. Sería importante tener en cuanta el profundo significado del primer sacramento de la Iglesia. Por eso, aun cuando el ministro ordinario es el sacerdote o el diácono, en casos extraordinarios puede serlo cualquier persona con uso de razón que haga lo que manda el sacramento para estos casos. Así podría bautizar en estas situaciones una matrona o un miembro de cualquier otra religión, incluso siendo ateos.

Pues bien, basándonos en esa doctrina inmutable, los bautizados tenemos la exigencia de la santidad siendo intransigentes con el mal, insistentes en el bien y dando testimonio. Y éste, el testimonio, fundamentalmente es la alegría pascual. Nunca puede ser atrayente un triste testimonio. Nunca salir de las celebraciones litúrgicas con cara de circunstancia, y nunca vituperar a los que piensan distinto o se mofan al salir de nuestras celebraciones comunitarias. Incluso saliendo de funerales, porque debiéramos tener muy claro que “la muerte no es el final del camino, porque muriendo no somos carne de un ciego destino”. Lo cantamos, pero aun con lágrimas en las mejillas debiéramos tener claro ese final que es gozoso y alegre. Porque, esta es la base, la mañana de Pascua, “el sepulcro estaba vacío”.

Acaso porque se olvida todo esto muchas veces existen creyentes cariacontecidos que acuden a nuestros templos con un rostro contraído como si el cura que preside le debiese algo… Se va a un cine, a un teatro, a cualquier centro de ocio y si desde el escenario nos fijamos observamos que el personal tiene un rostro sonriente. ¿Ocurre lo mismo en nuestras iglesias? Me temo que a veces es difícil. Porque para rezar nunca es necesario poner cara triste y de circunstancias. Todo lo contrario. Una oración, una misa sin alegría siempre tendrá una grave carencia, que es la de la alegría que nace precisamente de cuanto celebramos.

Buen momento sería el tiempo de Pascua para considerar la postura con la que acudimos a los actos de culto que nunca deben ser una obligación sino una exigencia de nuestra fe y amor hacia quien os salvó muriendo y resucitando. Por eso la alegría debiera ser una tónica irrenunciable para todos los creyentes, por muchos problemas que tengamos, porque a la iglesia se va a pedir con nuestra oración pero siempre para alabar y dar gracias por tantos favores.

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