Opinión

El valor de la oración

Como fruto de una sociedad que prima el tener y que cultiva un estilo en el que el consumir y poseer es lo más novedoso, de vez en cuando salen voces que son para tener en cuenta. Sobre todo en días como hoy en el que celebramos a la Santísima Trinidad. Así, las recientes declaraciones del político que ha sido presidente de la cámara chilena. Afirmó: “Son tiempos de espiritualidad y esto abre un espacio al mensaje humanista. Es un deber como católicos y como políticos aunar visiones y reivindicar la centralidad de la persona. Creo en una mejor sociedad, más completa y por ende más integral”. Y más aún, dice que: “El papa Francisco es la respuesta. Su voz tendrá más legitimidad mañana para la necesaria rehumanización de nuestras sociedades, la salida significa diálogo y acuerdos. Y tengo esperanza en que sí será posible”.

Porque, a pesar de que muchos se sonrían ante estas afirmaciones, somos más los que creemos que la solución a tanta crisis es una vuelta al humanismo, a la humanización del planeta que poco a poco se ha ido convirtiendo en un juguete con el que unos se divierten y otros, y eso es grave, lo destruyen con sus actitudes nada solidarias. Tiempo de oración que, en el fondo, para los que carecen de fe pueden llamar reflexión personal y lucha por una sociedad de valores. Porque, tanto la violencia de género como las guerras de todo tipo brotan de esa falta de seria reflexión por el bien de cuantos nos rodean. Para mucho puede servir esta pandemia cuando vecinos que apenas se hablan en el ascensor han sido capaces de salir a la ventana de manera solidaria para aplaudir y saludar a los que viven en su misma calle, en su mismo edificio. Este sería el primer logro que a todos beneficiará.

Tiempo de oración que, en el fondo, para los que carecen de fe pueden llamar reflexión personal y lucha por una sociedad de valores

Nos pasamos horas y horas perdidos del salón a la cocina del baño a la cama con incontables momentos para formarnos internamente ya sea leyendo, meditando o, sobre todo, conviviendo con toda la familia. En realidad, con el ritmo de la vida actual a la gente que llega a casa cansada del trabajo apenas le queda humor para hablar y así se convierten muchas casas en verdaderos hoteles para comer y dormir. Después posiblemente los divorcios y las desavenencias matrimoniales nacen como lógica consecuencia.

Sería interesante, tras la pandemia, hacer un estudio sobre la familia y posiblemente el resultado sea más positivo. Dialogando, compartiendo en torno a una mesa sin televisión que interrumpa, sería el mejor bálsamo para el entendimiento familiar, para conocer a fondo los problemas de cada uno, comenzando por los hijos a los que apenas ven y con los que apenas hablan.
Es así como podríamos sacar muchas cosas positivas de este enclaustramiento ya tan largo. En definitiva, acudiendo a quien todo lo puede que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas de igual dignidad divina.

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