Opinión

Las velas y los palos

Suele decir el refranero que detrás de la Iglesia se va o con velas o con palos. En esta época parece que triunfan bastos, y que todo lo que huela a cristianismo en general y a catolicismo en particular es motivo para el ataque muchas veces despiadado. Es la realidad que hoy pulula incluso en sociedades llamadas democráticas como la nuestra. Se mira con lupa todo lo relacionado con la Iglesia para apagar la vela y armarse de palos y esto, cuando menos, es injusto.

Hoy es Domingo de Ramos y un buen ejemplo, en el comienzo de la Semana Santa, para comprobar que la historia se repite siempre y que aquello que hoy conmemoramos y actualizamos tiene lugar en medio de nosotros. Entra triunfante Cristo en Jerusalén (las velas) ante el aplauso de cientos de personas que justo cuatro días después piden su condena y le llevan a la cruz (los palos).
Porque, además, siguiendo el mensaje de la otra mejilla, asumimos los palos aun cuando a veces sean crueles. En todo caso pedimos una jofaina con agua templada para lavarnos las manos y seguir empuñando el palo con nuestro silencio y la connivencia de nuestras actuaciones. Otras religiones, ante el menor rasguño, apartan la cara y empuñan también ellos la represalia. Nosotros los cristianos ni hacemos ni debemos asumir lo del ojo por ojo y diente por diente.

Precisamente porque, justo el día de los palos, al apaleado y "ajusticiado" le quedó tiempo para perdonar y pregonar el mensaje de la caridad, del amor fraterno de la certeza de que somos todos hermanos e hijos de un mismo padre. Nos agarramos, tantas veces, a aquello de la "egalité" y la "liberté" obviando y olvidando lo de la "fraternité" que supone ese padre común. Un olvido que en el fondo es un ataque a la laicidad convirtiendo los palos y el laicismo en moneda común pero, eso sí, contra el mismo objetivo que saben va a aguantar los palos y poner la otra mejilla.

Es la más pura realidad. Pero también es cierto que mientras la caridad es, o debe ser, el estilo del creyente en Cristo siempre y más que nunca en este Año de la Misericordia, lo es también la cruz e incluso el martirio. Nunca existió ni existirá un cristianismo sin cruz. Olvidarlo es renunciar a las esencias del cristianismo. A las notas del Credo de la Iglesia católica -lo hemos dicho aquí muchas veces- le falta precisamente recordar el martirio: Una, Santa, Católica, Apostólica y Perseguida.

La Semana que hoy comienza puede ser un momento para comprobarlo y obrar en consecuencia. Porque son unos días para la reflexión incluso para los mismos agnósticos y ateos que pueden contemplar un ejemplo claro de coherencia para toda la humanidad. De coherencia pero también de clara injusticia al rechazar y matar al justo ante las peticiones de una multitud claramente manipulada.

Semana que comienza con las palmas (las velas), pasa por los golpes (los palos) pero que acabará en la alegría de una mañana en la que el sepulcro estaba vacío...

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