Opinión

Un verdadero apóstol

En su larga trayectoria en Cursillos, Gil Atrio saldría muchas veces de Venezuela con dirigentes para otras latitudes del continente americano para iniciarlos en esas regiones. Su fe era, como buen Gil, inquebrantable, con una esperanza incuestionable en cada acción que se proponía, parecía un roble bien plantado que hacia valer con su vida su eslogan “operario incansable”; pero por encima de todo, hombre con una personalidad incuestionable, dócil y humilde, fuerte y severo, según se le exigía con un amor y una caridad que pocos lo pudieran cuestionar, pues cuando se daba, se daba íntegro tal cual era. 

Hay muchas anécdotas que revelan su carácter. En una ocasión, el presidente de la República le citó a una hora en su despacho. Él fue y, pasada media hora de espera, se levantó y le dijo a la secretaria: “Señorita, dígale al presidente que yo también tengo una agenda y no puedo esperar más. Él sabe muy bien donde vivo”. Se fue y, una vez llegado a su casa, un rato más tarde allí apareció el primer mandatario venezolano…

Amigo generoso y simple, amante de la Iglesia y un gran anfitrión, sembró en Venezuela su vida y su salud. No negó su amor a nadie, zumbando duro cuanto tenía que zumbar, hablando fuerte y claro y “sin pelos en la lengua”. A través de sus escritos, “el gran Cesáreo Gil”, como lo llamaba cariñosamente el padre Sebastian Gayá, evangelizó y sigue evangelizando a todo aquel al que le cae un libro suyo en las manos, pues su pluma fue siempre muy ágil, amena y muy digerible para el lector.

Ya cansado y quebrantada de salud, pediría a la jerarquía que lo relevara del cargo que hasta el año 91 desempeñaría con dedicación y entrega, el de asesor nacional del MCC. En Venezuela celebró sus 50 años de sacerdote incansable y nadie puede cuestionar su adhesión al magisterio de la Iglesia. Comentaba y divulgaba todos los documentos salidos del Vaticano. Fue gran divulgador del Catecismo de la Iglesia Católica y su más grande promotor en el continente americano. 

Recibió del papa Juan Pablo II la Cruz pro Ecclesia et Pontífice; del Gobierno de Venezuela, la condecoración de la Orden Andrés Bello; la Real Academia da Lingua Galega le nombró miembro, y la Xunta le otorgó la Medalla de Plata de Galicia. En su haber figuran muchas otras condecoraciones y reconocimientos que a lo largo de sus años fueron reconociendo su labor ingente.

La noticia de su muerte corrió como reguero de pólvora hasta el ultimo rincón del mundo. Comenzaron a llegar expresiones de condolencia, la prensa, radio y televisión hicieron correr esa fatal noticia de tal manera que hubo de postergar su entierro para esperar a las distintas personalidades que vendrían a su funeral.

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