Opinión

VOLVER A EMPEZAR

Cuando José Luis Garci dirigió la película que le llevó a su primer Oscar en 1982 bajo el título 'Volver a empezar', en la que nos relata la historia de un escritor-docente en el regreso la ciudad de la que era oriundo, pienso que no era consciente del mensaje que nos estaba 'profetizando'. Al menos ésta es mi exégesis. El premio Nobel de la historia había alternado su labor docente con la de escritor, y este último título le había dotado de fama internacional. Y claro, es que ya se vislumbraba que la labor docente iba a ser infravalorada a lo largo de los años y que de poco iba a servirle a nivel social, aunque paradójicamente el maestro conduzca al alumno hacia la meta final establecida. Precisamente en este punto radica el principal escollo de mi exposición de hoy.


Puede resultar un verdadero problema que a nuestros hijos los eduquen personas que no somos nosotros mismos, entre otras cosas porque podemos llegar al mismo término por diferentes caminos que no siempre compartimos. De este modo, como padres, no podemos ni debemos renunciar al derecho y privilegio de dedicarles el tiempo que precisan en sus juegos, conversaciones, pesares, alegrías y pequeñas conquistas. Sin embargo, en otro apartado bien distinto se halla la labor docente. Ser padres y docentes tiene algo de convergencia, pero mucho más de divergencia. La mayoría de los que han intentado seguir con el esquema docente en el hogar han fracasado con rotundidad, y una de las muchísimas razones es que mientras en la escuela pilotamos una nave de pluralidades sociales, ideológicas y personales, en casa compartimos nuestros propios hábitos y costumbres con unos hijos que absorben hasta la última gota de nuestras virtudes y defectos. Es decir el roce es tan cercano que demasiadas veces nos delatamos a nosotros mismos sin poder evitarlo.


En el trabajo de maestras y maestros, profesores o docentes no podemos en modo alguno atrevernos a poner en tela de juicio su labor, por el número de horas que permanecen en el centro educativo. Del mismo modo, a nadie se le pasa por la cabeza pedirle a un médico que nos cuente cuántas horas estudiaba diariamente durante su carrera universitaria para así valorar el grado de competencia que pueda tener para darnos un diagnóstico acertado. Por eso creo que asfixiar al profesorado a una mayor carga docente es invertir en el fracaso del mañana. El trabajo óptimo de los docentes está en función de su libertad para innovar en recursos didácticos y sorprender a los alumnos, de ahí que el tiempo de trabajo en docencia directa deba ser equilibrado. Los alumnos realizan una serie muy larga de actividades que no llegan a la opinión pública y que sin embargo los profesores hacen con libertad y profesionalidad ejemplar. Pondré un ejemplo: cuando cada año en la inmensa mayoría de los colegios se organizaban actividades en torno al Entroido, Magosto, Nadal o Letras Galegas, no se hacían para que los niños y niñas se lucieran delante de sus compañeros, maestros o familiares, sino que todo profesor era consciente de que detrás de cada representación teatral, canción infantil o declamación poética, se estaban trabajando un sinfín de competencias básicas y de objetivos que están claramente definidos. Eso sí, con un trabajo voluntario y desinteresado por su parte a costa de sus horas libres. ¿Es posible llegar a los mismas metas sin estas actividades? Posiblemente sí, pero volviendo al antiguo modelo educativo, totalitario en algunas épocas de nuestra historia, en las que el fracaso escolar estaba reconducido hacia la Formación Profesional deficitaria del momento, y en el que la enseñanza no estaba garantizada hasta los 16 años.


Mucho habría que decir en este asunto pero debo acabar diciendo que los recortes en profesorado y otros trabajadores en la comunidad educativa nos traen graves consecuencias inmediatas. ¿Sabían ustedes que ahora además de incrementar el horario lectivo, los profesores realizan, por decreto, o sea obligados, trabajos de los que nunca tuvieron competencia e invadiendo la de otros colectivos, como llevar a los niños y niñas al transporte escolar? Me recuerda en cierto modo al portero del colegio de la Normal, hace 35 años. Antes de entrar en el recinto escolar, se ponía una chaqueta de guardia urbano, paraba el tráfico y así podíamos cruzar la carretera sin peligro. Y es que todo apunta hacia un camino en el que los maestros lleguen a perder muchos de sus derechos adquiridos con años y esfuerzo?, y después?, volveremos a empezar.

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