Opinión

Ni catastrofismo ni grandes alegrías

Hay datos de 2022 que suenan bien -crecimiento, reducción de la deuda, creación de empleo e incluso una inflación mejor que la de otros países-, pero eso no equivale a que sean sostenibles en el tiempo.

España ha tenido datos económicos aceptables en 2022, pero todavía sigue por debajo del nivel de PIB anterior a la pandemia y es colista en la eurozona. En la caída y en la recuperación ha sido clave el turismo. Si bien el Gobierno intenta arrimar el ascua a su sardina, al relacionar el repunte a su política económica, lo cierto es que el sector turístico fue más decisivo, sin que por ello haya que menospreciar algunas políticas gubernamentales y otras derivadas de la estrategia marcada por la Unión Europea.

Se habló mucho del cambio del modelo productivo, pero la realidad indica que en torno al 12% del PIB español depende del turismo de manera directa y que cerca del 25% está relacionado indirectamente con el mundo del ocio. Otra pandemia o algo similar capaz de paralizar el país volvería a hundir más la economía española que la de países industrializados como Alemania o Francia.

En el horizonte, además de ver el desenlace de la guerra de Ucrania, toca estar pendientes de las alzas de los tipos de interés que fija el Banco Central Europeo (BCE) y las decisiones que se adopten en materia de reglas fiscales sobre el déficit y la deuda del Estado. También, por supuesto, del proteccionismo global y de cómo se inviertan los fondos europeos; máxime si van a servir para cambiar -al menos un poco- el modelo económico de España.

Fue este el contexto en el que se ya saldaron los datos macroeconómicos más recientes, en general positivos, con una raíz común: España creció más que otros socios porque estos ya se habían recuperado antes. Hay datos de 2022 que suenan bien –5,5% de crecimiento, reducción de la deuda en 5,2 puntos, creación de empleo y 5,7% de inflación, ya que es mejor que la de otros países–, pero eso no quiere decir que sean sostenibles en el tiempo. Basta ver los datos de enero para no lanzar las campanas al vuelo. Ahora bien, los escenarios de los catastrofistas para este año quedan en principio descartados, como observa Xavier Vidal-Folch en El País.

Nada parece ser cuestión de catastrofismos ni de grandes alegrías. Lo saben bien las familias, a menudo con problemas de consumo, cuando todo apunta a que la pérdida de poder adquisitivo se prolongará en la primera parte del año, hasta que la desescalada de la inflación se afiance, según las previsiones de Raymond Torres, director de coyuntura de Funcas.

Unas cosas y otras vienen a confirmar que la crisis económica que trajo la pandemia fue más intensa que la anterior pero menos duradera que la de 2008, como ya rezaba el subtítulo del libro Cómo salir de esta (II).

En la crisis de 2008, España había adoptado severas medidas de austeridad, a pesar de tener un desempleo elevado. Se encontró sin capacidad de refinanciar su deuda y se vio obligada a recortar su gasto y a subir los impuestos. La devaluación interna perfiló la salida de aquella crisis tan dura y larga.

En 2020, el PIB cayó un 10,8% y la deuda cerró en el 119,9% del PIB. A su vez, España terminó 2020 con el déficit más elevado de la UE, un 10,97% del PIB. La crisis del empleo tras un año de pandemia trajo consigo 438.617 empleos menos y 401.328 parados más, en medio de la mayor crisis demográfica en España desde la Guerra Civil. Pero esta vez Europa le dio soporte a las políticas de mantenimiento del Estado de bienestar, saldadas con una elevada factura, tanto en déficit como en deuda.

@J_L_Gomez

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