Opinión

Adiós, adiós

Decir adiós, así, con la mano suelta y los dedos abiertos. "La vida es un paseo", me dice un amigo, a quien pesa lo ya vivido, en pura prórroga; ¿quién lo sabe? Odio las despedidas, te sobrecogen por dentro, de niño odiaba despedirme de mis abuelos, me resultaba insoportable hacerlo cada verano. Aún me sigo despidiendo, de otra manera. No nos educan en el adiós desde el primer día, y eso es un incordio eterno.

Los hay que te despiden desde el saludo, a ras de suelo, lo suyo es un buenos días que resuena a desafío, a reto sin esperanza, ¨Bonjour monsieur!", a la francesa, con asco inmisericorde o mera  indiferencia. ¨Te digo adiós para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti”, que rimaba el cubano José Ángel Buesa, así es otra cosa.

Despedidas hay muchas, incluso sin decir adiós. Despedidas  para siempre, eternamente amargas. De cine, la de Rick a Isla, en esa memorable estampa entre la niebla, ¨Yo me quedo aquí hasta ver que el avión ha despegado... Siempre tendremos París”. De finales inesperados, llenos de amargura reconfortante, entre lágrimas saladas que recorren el alma. 
Para despedidas las del fútbol, a la brava, mediáticas pero con gloriosa indiferencia. Aún resuena Casillas, lo vimos llorar con amargura, con lágrimas como cuchillos, en su salida del Madrid y sin dejar que Florentino le hiciera de plañidera. Eso no se hace, o no se hace así.

"Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes, y el mar será una magia entre nosotros", declamaba Borges, desde su infinita atalaya intelectual, 
Hay despedidas de amargura, el capital lo despide todo y todo el rato, cuando el desafío es la esperazanza. Despedidas duras, durísimas de la vida moderna, cuando el nihilismo despide a cuchillo en nombre de un Dios medieval. Pero es domingo, un poco de luz, ¨Siempre nos quedará París”.

Te puede interesar