Opinión

Casi cien años

Al poeta le duele el alma, el frío de la mañana le traslada en el tiempo, cuando el espíritu se calentaba entre copas de aguardiente y braseros de leña; aún hoy al alzar la mirada alguna que otra columna de humo dibuja antiguo. 

Entre amigos, entre a Torre de Pena y el Monasterio del Bon Xesús de Trandeiras, o lo que son los restos de una joya gótico-plateresca, uno descubre que el frío puede llegar a hacerte sufrir tanto como la mayor de las imposturas, cómo unas gotas de agua helada pueden llegar a hacerte claudicar de la belleza, con la planicie limiana al fondo donde los campos inertes desprenden un color pajizo entre quemazones de las heladas que por estos lares literalmente acojonan, sobre todo si te pillan de improvisto. 

La mañana fría y la conversación amena. Las borrascas y las alertas metereológicas ahora se anuncian con tanta ligereza y antelación que infunden temor en el cuerpo, y si fallan, si los pronósticos no se cumplen, crean tanta frustración como cuando a un niño le fracasan los sueños y al despertar vislumbra que nada retiene en esperanza. El recuerdo compartido rescata episodios de hace nada, o no tanto, cuando la calefacción y las casas aisladas eran una utopía de progreso, la misma utopía que encandiló a uno tras otro en la rutina suicida -demografía se dice hoy- que se nos narra en diferido, sin otro pronóstico que el vacío. El frío de antaño se calentaba entre hachas de leña que calentaban el cuerpo doblemente. El brasero en el suelo, claroscuro sincero donde se cocinaba con tiempo, mientras la radio señalaba el parte de la hora que le diera la gana. Mi amigo cuenta que el aterrizaje en la cama, entre sábanas de lino era un contraste salvaje, brutal de solemnidad, el peso muerto de las mantas, era un muerto encima del aliento. Toda aquella vida estaba señalada, a ojos de hoy, donde la vida carece de misterios, una antigualla emocional de una sociedad fracasada. Las abuelas se envolvían de ropajes por dentro del camisón y la pañoleta puesta para no sufrir la escarcha de la noche que se colaba entre el “faiado”. Aun así, las dos juntas, casi vivieron cien años.

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