Opinión

Cuando la noche es día

Los domingos vienen con truco, a mí me lo parecen. Días como a la espera, todo varado, como esos trenes en vía muerta que desconocen destino. Se respira sosiego, los coches dan un respiro al mundo y las crianzas se resisten al sueño. El domingo se aferra a la esperanza de que el lunes tarde, o mejor, sea leve.

Las calles en domingo son distintas, las pintadas, los árboles, los coches aparcados, se parecen pero no son los que puedieras ver en jueves o martes, ya no digamos un lunes, donde todo se percibe a trompicones. Domingos de café -cada uno habla de lo suyo-, con los periódicos sobre la mesa como trinchera, el tintineo sonoro de cucharas sobre las tazas, y conversaciones que son cómplices.

Pero la brisa de la mañana señala otros enigmas. En la otra orilla, sin querer también amanece; con la luz en remanso, como esos mares que se retiran, se descubre también a los náufragos, seres renqueantes de una noche sino intensa sí larga; miradas perdidas, semblantes en mueca. Jóvenes que al unísono repican por la última, con la misma fuerza que tú respirarías por un café con leche y churros de no tenerlos. No hay dos realidades iguales, la noche -a ciertas edades-, sólo con mirarla si no duele, mata, con la misma fuerza que los aliados provocan daños colaterales sobre el enemigo.

La noche sigue joven, aunque a estas horas de la mañana no sea más que una realidad confusa.

El cristal del café en domingo separa dos mundos, uno noctámbulo, entre risas, selfies y juerga, con el cuerpo descompuesto de alcohol y la piel macerada en tabaco; el otro, recién levantado y ávido de silencios, de noticias sobre papel recontadas al oído como réplicas de los vetustos cantos de ciego en tiempos del periódico en cordel. El rímel corrido, la barba crecida, la ropa, una arruga por encima del cuerpo. La noche se saluda con el día, se señalan y se miran con extrañeza, con envidias y comparazas, unos disfrazados y otros vivos, eso creo.

Te puede interesar