Opinión

Elogio de tu locura

El mundo se desmorona y tú y yo nos enamoramos”, qué les contaré que no le hubiera dicho mejor Rick a Isla sin necesidad de revivir la escena.

La música amansa las fieras, así nos lo contaban. Lo dudo. Los nazis, los despiadados estetas de la muerte, se deleitaban en sus “tiempos muertos” con la mansedumbre de los músicos judíos a quienes detestaban en todo salvo en sus habilidades musicales. Los campos de exterminio se regían por una melodía mortecina interpretada en un requiem contínuo. Judío era Kafka, de cuya inmortal “Metamorfosis” se cumple centenario de salud y gloria. Y eso que la transformación de un hombre en un insecto no era precisamente una historia optimista, aunque sí plena de misterio. Nunca un pensamiento tan perturbado significó semejante enganche de seguidores. Quizás la pesadilla, lo surreal de la historia que convierte a Gregorio Samsa en un parásito monstruoso entre sus seres más queridos, tenga que ver con el amarre.

A los monstruos, mejor no ponerles cara. Eso pensaba Kafka, y servidor. Se lo dejó clarito a sus editores. Prohibido ilustrar con la imagen del insecto. Aniquilaría su efecto.

Las pesadillas guardan relación con el misterio del sueño, ese territorio de ficción descontrolada que guarda, a su vez, relación con lo vivido. A las pesadillas, a esos protagonistas, angustiosos que nos acompañan, también es complicado ponerles cara.

La pesadilla kafkiana se gestó en la cama, en ese estado de “agitación” que envuelve la vigilia. A Kafka le hubiera gustado asentar la escritura de un impulso, sentarse de inmediato y amarrar el relato, imposible, aquella pesadilla era demasiado grande.

La efeméride kafkiana es coincidente con otro relato de pesadilla, el nuestro, el vivido en la consistorial de Ourense, en una vigilia interminable. Una legislatura de pesadilla, irrepetible en lo esperpéntico, dañina a rabiar. Al monstruo aquí tampoco logro ponerle cara, ni quisiera. Dios me libre.

Te puede interesar