Opinión

Los enmudecidos del 11-M

Uno no se imagina la finitud de las cosas porque no puede. Es materialmente imposible pensar que todo lo que te rodea pudiera ser historia en un plumazo. Ocurrió hace diez años, entonces se comenzaron a escribir los renglones más intencionadamente torcidos a partir de una tragedia vivida, que más allá de las 192 víctimas, de los varios miles de heridos y a sus familiares, afectó sobremanera a la convivencia de la propia sociedad española. Se dice que las tragedias unen; en este país ni con esas. Además, la llamada teoría de la conspiración, real como la vida misma, no finalizó tras un periodo “razonable” en relación a las dimensiones de un atentado tan sangriento, sino que fue un crescendo hasta rozar el ridículo diario durante años. Miles de páginas escritas discrepando de la versión oficial apuntando a otra supuesta verdad, en pro de unos intereses alejados de la buena práctica periodística. “Si El Mundo paga, les cuento la Guerra Civil”, llegó a señalar Emilio Suárez Trashoras, uno de los oscuros protagonistas.

Han tenido que pasar diez años, tiempo demasiado extenso, para que una de las partes, en voz del actual ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, reconociera que ETA no fue la causante del atentado. Muchos años para mantener vigente una teoría tan maliciosa, como para no reconocer el error en otra voz que no sea la del ministro. Es cierto que el atentado evidenció unas circunstancias ramificadas y fanáticas al extremo, que pusieron en jaque a las fuerzas de seguridad y a la propia justicia, que incluso después del juicio y durante el mismo siguieron sometidos a una amenazadora espada de Damocles sobre la supuesta verdad.

Uno no puede sentir el dolor de las víctimas, ni el de sus familias, porque éste, más allá del amplio duelo colectivo, es personal e intransferible. Tampoco creo que, más allá del respeto, sea cuestión de escenificar año tras año, la efeméride del recuerdo, aunque todos se lo merezcan con creces. Más a sabiendas de quienes alentaron durante años esa otra versión de los hechos, incluso tras el juicio y la pertinente sentencia, persistan aún en su silencio.

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