Opinión

Esquelas

En el café, entre el murmullo incesante de conversaciones una pareja de edad contemplan las páginas de esquelas con detenimiento. La ración de hoy viene generosa, dos páginas, a la vista. La señora hace desfilar el dedo línea a línea por una de ellas, con la actitud de un viejo contable cuando los billetes pasaban por sus manos. La señora le indica algo al marido, sentido. algo que intuyo pero no entiendo. 
Nada más informativo en un diario que la página de esquelas; hay gente que sólo se informa a través de ellas, uno imagina que es porque sólo se fía de la información que de ella deriva, algo terriblemente falso, por cierto. 

Uno piensa en algunos necesitados que un día publicaron su propia esquela, llevados por la credibilidad que procesan entre los lectores. “Mira quién se ha muerto” se dirían a sí mismos, esperando dar la espantada, o mejor dicho, el esquinazo. Esquelas famosas en este país de falsarios, la del celébre Paesa, publicada en El País, después de poner a buen recaudo los cuartos, entre otros, del célebre Roldán. 

En este avejentado rincón, morirse, es noticia, para los vivos. Todos nos hemos de marchar algún día, por eso, certificamos así que aún andamos vivos. 

La muerte en Ourense forma parte de nuestro rango identitario. En muchas aldeas, diezmadas de porvenir, lo poco que se celebra ya son las fiestas patronales y los entierros; más ya los segundos que los primeros. Morirse es un ejercicio, involuntario, pero ejercicio sobre todo. La muerte nos persigue, allá donde vayamos. No hay más que recorrer nuestro desvencijado rural, allá donde antes habitaba una escuela, después llegó un local social, muy importante aquello de socializarse bien. Después todo se llenó de tanatorios, no por nada, es que la peña se moría y no era cuestión de velar al finado en casa. La política se ejercía también entre los muertos. 

En fin, lean, aunque se trate de esquelas, las de otros. 
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