Opinión

¿A qué huele Podemos?

Tres de la tarde -sin comer- servidor se aproxima a la Plaza a comprar el pan. En vez de escuchar los deleites amasados que atiborran el mostrador a uno le sorprende una encendida defensa del líder del momento por parte de quien despacha, una señora en edad de preclara jubilación. “Nas próximas eleccións hai que votar o das coletas”, y da una serie de argumentos sin pie a réplicas, que se resume en una palabra, hartazgo, o en dos, novedad.

El telediario de no recuerdo qué cadena, imagino que no la pública, retransmite en sábado la gesta de llenar con muchos miles de personas la Puerta del Sol, sobre el escenario, una troupe informal saluda entre vítores al público, en sus labios se dibuja una abierta sonrisa, salvo en Monedero, que sus pensamientos se ve caminan alejados. Sin esperarlo la madre de uno espeta un pertinente, ¿y éstos de qué son? Por la cabeza fluyen las experiencias bolivarianas de estos singulares prohombres, o la imagen de los viejos entusiastas comunistas, que se dejaban la piel y la camisa por los ideales, pero de aquellos ya no quedan. “De izquierdas, supongo”, le respondo, con la boca semicerrada, de quien no sabe bien qué decir.

Sábado a la tarde en un bar de pueblo, de esos donde transita ese particular perfume de la identidad perdida. Un señor cuasi octogenario apuntala la idea de una España gobernada por Podemos, a imagen de la Grecia de Syriza que acaba de soltar la caja de los truenos en una Europa anquilosada y enferma. Uno reflexiona en corto, a sabiendas de que en toda afirmación galaica hay también una pregunta encerrada. Al interlocutor, en territorio Popular hasta la médula, uno le menta la Revolución Bolivariana que el ínclito sobreentiende Bolivia, “Sí también, y Ecuador”, le respondo.

Lo de Sol ha sido un hito. Las palabras más recurrentes, ilusión, cambio, gente o sueño resuenan como hacía tiempo no lo hacían en discurso político. A la vista no hay ideologías ni programas, tan sólo empatía desbordada. Además, a mí no me pregunten.

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