Opinión

Inteligencia artificial

Año 2035. Tercera plata de oficinas de una antigua fábrica don sigues empleado. A la entrada todo el mundo saluda, especie de sinfonía metálica con voz como de ultratumba pronuncia tu nombre, te desean buenos días de una manera pelín cursi. Respondes de la misma manera, la cortesía siempre -incluso aquí- es necesaria. La operación se repite al entrar en el despacho, con una marcada diferencia, aquí, la voz es de mujer. “Se las saben todas", mascullas por dentro.

Al principio te costaba asimilar la operación, no es lo mismo dirigirte hacia personas que hacia máquinas, aunque te miren a los ojos y respondan. Por un momento echas de menos a aquellos compañeros de trabajo con los que no siempre te llevabas, al menos eran personas.

La primera vez que viste una empresa robotizada te pareció un gran invento. La robótica era el futuro, decían. Tu sobrina trabajaba en una gran multinacional del sector, viajaba por todo el mundo creando empresas a pleno rendimiento sólo con máquinas; el negocio iba viento en popa.

Desde tu despacho supervisabas contenidos que las máquinas habían ido elaborando desde la noche anterior. Algunos eran de lo más sorprendentes, relatos con la minuciosidad de un Faulkner, la imaginación de Monterroso, o el desparrame intelectual de Borges. Tú te limitabas a ojear los rankings del momento y a acelerar el proceso, o cambiar de estilo, si fuera necesario. Al atardecer, máxime en verano, entraban en disputa los contenidos de corte más poético, en prosa, pero sin opción a las rimas ni métricas, eso eran antiguallas. Se llevaba un estilo zafio, a lo Bukowski, pero eso era variable.

Los escritores profesionales habían desaparecido, las máquinas eran capaces de clonarlo todo, hasta la emoción. Antes del café de las once lo que más se pedía eran a los rusos, relatos muy breves que ni chéjov hubiera imaginado. La lectura de ficción es obligatoria, por ley. Tu labor desde hace años consiste en alimentar ese espíritu, aunque sea con robots.

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