Opinión

Entre líneas

Uno piensa en los veranos de ayer, le parecen ya monstruos del jurásico. Agosto, a mediados, es un texto a media escritura, donde el relato está avanzado. Imágenes que se repiten como si las supieras de memoria. Sales a la calle, tomas el café en el lugar de siempre, lees los periódicos agosteños, recorres los rostros de la clientela. En todos percibes un tufillo extraño, como de mosqueo, entre pieles bronceadas y una ciudad que en días así -15- es como un buque varado a la espera.

Poco que ver con los veranos de Rajoy, no los de ayer, sino los de ahora, donde todo es casi fantasía, donde su querida tierra lo ve siempre a paso acelerado, como queriendo ganar un tiempo remolón, más en verano, donde los minutos cuentan. Siempre lo vemos casi de la mano de su infatigable José Benito Suárez, que si no era muy amigo y confidente, ahora, a poco que se esfuerce va a quedar de gran estadista de los tiempos que nos llegan.

Auria es sitio distinto. Hay días como hoy, donde el tiempo resuena con eco en el cerebro en un errático compás. Comercios cerrados, carteles escritos a mano anunciando destino, calles vacías. Tan sólo el zigzagueo de un noctámbulo a destiempo con algunas copas de más, hacen que la mañana de primera hora recupere presencia.

Agosto entre tinieblas y monstruos, donde las escenas se repiten sin tregua como si fueran pesadillas en un teatro de máscaras. Galicia arde, Ourense arde, desde hace una eternidad. Una pira incendiaria sin valores más allá de una visión enferma e interesada porque es más fácil ponerle fuego que buscarle otro rumbo. De todas las incertezas posibles hay una máxima que no ha de fallar, la incendiaria. Ni siquiera un quince de agosto, esa fecha máxima para el relajo y la devoción católica, tendrán respeto. Mientras apuras las líneas, otros apurarán la mecha.

Agosto es así, mientras Rajoy se toma un tiempo antes de dar el salto, la ciudad se pliega para sí, entre la chicharra y el tiempo que vendrá para coger forma.

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