Opinión

Dos mundos, dos trenes

Era viernes y trece, en París. Dos mundos, dos trenes a la vista; realidades contrapuestas que se agitan. Uno, persigue sus sueños de disfrute y tiempo libre; en una realidad capitalista se consiguen a base de horas de trabajo. Veían correr el balón de su selección, se agolpaban en una sala de conciertos o se sentaban en terrazas dispuestos a cenar: lo normal. El otro, un tren apresurado a la deriva, entraba en vía muerta para precipitarse contra esas realidades materiales que se significan en todo lo que detestan. 

Nadie en su sano juicio estaría dispuesto a tamaño peaje, a dejar su alma y el pedazo de piel y huesos que juntan, y actuar en nombre de un Dios que se han inventado para atemorizar y martirizarse. Nunca es fácil comprender a un suicida, no atiende a la lógica de los vivos, mucho menos un asunto así, premeditado, pensado por una mente con una intención tan sangrienta. El mal existe, gente dispuesta a actuar contra otros, contra sus familias, sus hijos y contra ellos mismos, lo vemos todos los días. Se supone que tras el suicida media -en la actitud- existe una enajenación mental. Aquí el mal es colectivo y se ha hecho poderoso, como en los dibujos animados que cubrían nuestro tiempo de infancia. El mal se ha significado en muchos momentos históricos, nuestra Guerra Civil, la Alemania nazi, mil y una dictaduras; esto es diferente. 

Durante semanas una imagen de los 60 no ha parado de dar vueltas en mi cabeza. Una joven iraní, morena, pelo suelto y pantalón corto que deja ver sus piernas posa delante de un coche, en una pose estilizada que no difiere de la del imaginario de cualquier joven actual. Refleja libertad, e independencia de la mujer. Después vinieron los ayatolas, la religión y y la vuelta al pasado, de la mano. 

La libertad, la democracia, la tolerancia, son el maligno para quien persigue un estado totalitario con el pretexto de la religión; lo hacen porque sí, y no puede ser.

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