Opinión

La ola y el crimen

Somos de espíritu morboso. La curiosidad enciende siempre todo tipo de señales, más si hay fiambre de por medio. Los sucesos están ligados al periodismo por vía umbilical, nada tiene más gancho que un óbito con aire macabro e ingredientes dispuestos a la intriga. El crimen de Asunta ha marcado un antes y un después en este tipo de asuntos, sobrepasando maneras difíciles de imaginar, dejándose llevar por la única pulsión que hoy domina, las audiencias. Servidor se asombra de todo lo que ha rodeado el caso, de la instrucción pautada y filtrada, y del relato siempre vivo alrededor del mismo. 

Reconozco que el tema, como padre, y como siempre que hay menores de por medio, me repele en una suerte de mueca que obliga a mirar en otra dirección. Difícil de comprender un interés mediático semejante, aunque el caso está dotado de ingredientes para un buen suspense, pero también pudiera estarlo para un carpetazo directo por tratarse de un desgraciado suceso con resultado de muerte donde indicios apuntan en una dirección clara. 

El señalamiento del juicio estaba claro que aportaría un crescendo en interés, la decisión del jurado popular de hacer del mismo un espejo, retransmitiéndolo en su integridad a modo de reality televisivo, supera lo nunca visto. El mal ya está hecho. No es interés informativo el que se persigue, ni siquiera, poniéndonos exquisitos, representar la realidad de una manera más fiel dando voz a los protagonistas en el marco de una sala durante el juicio.

Es innegable el interés de un caso desgraciado como este, u otros que, desgraciadamente, desde que surgieron, no se han bajado de la escalera informativa, pero una sociedad no se construye regodeándose en lo siniestro. La pérdida de valores, las diatribas de convivencia, la violencia in crescendo son espejos de una sociedad en desequilibrio. Los crímenes como señuelo pueden ser buena mercancía, otro caso es que sean recomendables.

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