Opinión

Príapo, el dios del falo

La virilidad de Príapo no había túnica que lo salvara, provisto como andaba armado de falo descomunal en una perpetua erección, símbolo de la fuerza fecundadora de la naturaleza. A los romanos, que también les gustaban lo enanos de jardín, encimaban la figura de Príapo sobre toscas columnas en madera de higuera tiznadas de bermellón. Allí lo alzaban en entera libertad para ilustrar su talento, con la vestimenta recogida para depositar en ella una buena cantidad de fruta. Alejaba -dicen- la mala suerte y el mal de ojo, que no sé si será lo mismo, vamos, que servía de espantapájaros y ahuyentaba a los ladrones. En las excavaciones de Pompeya se descubrió el afamado fresco de Príapo pintado en las paredes del vestíbulo de la casa de los Vetti. Era el antídoto de los dueños, dos acaudalados comerciantes que gastaron grandes sumas en decorar su mansión, contra los envidiosos.

Del origen hay muchas versiones, la más conocida, la de que Príapo era hijo de Dionisio y Afrodita. Nacido de una infidelidad de sus progenitores, de Afrodita con Adonis. A Afrodita, Hera le afeo su relación, mudando aquello que albergaba en sus entrañas en un ser extremadamente feo y con el miembro en permanente estado de gracia. La madre avergonzada lo escondió en las montañas y los pastores hicieron de él un dios que favoreciera las cosechas. De la veneración se pasó a la adoración, a la mofa y al cachondeo. Todo muy humano. Con la llegada del cristianismo, aquella ingente representación fue objeto de destrucción.

Los romanos, que además del racionalismo Helenístico, le sumaron practicidad y espíritu burlón, convirtieron a este dios menor en objeto de burlas, en culto al elemento obsceno, y al chiste fácil. Es en esta época cuando se escriben los famosos priapeos, una serie de poemas erótico-festivos escritos de manera anónima, que Catulo supo recoger, Uno reedición actual es la que llega a mis manos, de la ilustración de portada ya no les cuento. 

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