Opinión

Quizás, la noche

La hora donde se persigue el sueño puede ser un regalo, o una maldición. Acomodado en la lec- tura como si fuera un sueño, a uno le sorprende  una voz surgida en un entorno próximo, en la vida mo- derna las paredes son un relato.

Por un momento evocas “el medio es mensaje” que diría McLuhan; una voz adolescente resuena, como de niño imberbe que lo razona todo; el padre contrariado lanza replica. Es lógico que un progenitor interpele a su vástago. Echas cuenta, nada cuadra, quizás es la noche que desplaza los sonidos con el ánimo de rabia, como si un espíritu burlón jugara al quite; arriba -piensas- no vive nadie, abajo, la adolescencia de tu vecino ya no es tal. Los ecos de la voz sin padre insiste tras de ti, “¡Pero papá!”. ¿Y si en el fondo fuésemos capaces de escuchar todo aquello que nos propusiéramos?

Los sonidos de noche se expanden, se cargan como si ba- las de un revólver amenazante se trataran. “Cuándo parará  ese cabrón de menear cadenas, es que no sabe que hay gente durmiendo”, a veces los pensamientos acuden a ti pendencieros, y no es para menos, si cada noche te cortan el sueño quienes desde el bar de la esquina recogen las mesas.

Lo malo del insomnio es que te persigue. La noche tiene sus sonidos de rutina, necesarios, como los del aseo de las calles, o la recogida de basuras, aunque sin pasarse. Si no te duermes todo es molestia. Los hay ruborizan- tes, como los de la pareja vecina que reverberan en jadeos sobre tu cama, “Y a mí qué”, piensas, mientras te das la vuelta y te escondes debajo de la almohada hasta que pase la tormenta. También los hay fisiológicos, que rematan en un tirar de la cadena y un discurrir de aguas; del existir, como las discusiones de pareja, sin mediador de por medio que lo calme; de juerga, el que lanza carcajadas y se despi- de hasta treinta veces antes de largarse. A quien lanzarías un cubo de agua helada, y te contienes. Aun así, es la noche, y no tienes vecinos.

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