Opinión

Rajoy, Sánchez, y el burkini

Nada como una cita en el Congreso, al final de un verano áspero que maldibuja sus últimos coletazos. Nada como un encuentro entre líderes que pelean por seguir siéndolo a la espera de que cualquier mal gesto, cualquier decisión antes de tiempo les fría como la sartén a los huevos y los deje ya para la historia.

En Bruselas, que es quien corta el poco bacalao que tenemos, esperan un acuerdo de Gobierno que finiquite este escenario de baratijas y dé pie a unos Presupuestos sin los cuales cualquier crecimiento futuro es mero espejismo; en la patria del Quijote a la política se la empieza a ver casi con el mismo crédito que las instituciones en tiempos de Isabel II, léase ninguna, y lo que es peor, a sabiendas de que todo era una farsa.

A España le sostiene el crédito de Europa, a cambio de un control de déficit para evitar que impere la timorata, y ésta, ampara el crédito de sus autonomías. Sin unos presupuestos -sin Gobierno, no los habrá- una economía amparada en inyecciones y contratas que den bríos a inversiones estatales perderán todo vigor, pero aquí lo importante son las flemas del candidato. Lo peor de unos políticos tuercebotas es que cualquier entendimiento después de sumirse en una encerrona permanente es una eterna quimera.

Uno no pierde la vista del apretón matutino de manos entre Rajoy y Sánchez, que tiene que ver con una mueca, la de Sánchez, que se le ve a punto de jugar su última partida de póquer, y la de Rajoy, en eterno aire de desaliño, pero a eso ya estamos acostumbrados. La única coincidencia entre ellos pasa por el color de sus chaquetas, en ningún momento el interés, ya no de España, sino el de sus ciudadanos, pero esta política se juega en un campo muy embarrado.

La mueca y el leve apretón de manos es un burkini en la España de los tiempos de Bernarda Alba, cuando las mujeres se sobreponían al futuro con el luto en el cuerpo, donde la cerrazón a la luz era la forma de alejar el pecado, a ojos de los demás, claro.
 

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