Opinión

Aquella tarde vi quemar

No recuerdo la fecha, hace largas décadas. El incendio se desató de madrugada, lo sé porque servidor era un crío y dormía. Todos los vecinos se despertaron alporizados, con la adrenalina dispuesta a lanzarla contra el peligro. Ardía un monte, relativamente próximo, pero ardía, y aunque el peligro de que se acercara era improbable, nadie estaba dispuesto a ver arder el monte, menos de noche, donde cualquier peligro en forma de llama se torna dramático.

Aquellos tiempos ya no están, no es melancolía, pero reconozco que mucho de nosotros se quemó para siempre. Esta hoy provincia es una pira de desechos de la que se libra un espacio mínimo, por suerte lleno de privilegios, afortunados. Al resto lo vemos como quien ve a un difunto, con respeto, dispuesto a el último responso. Este verano ha sido aciago, descorazonador, con ganas de poner tierra de por medio y lanzarse al espacio sideral; no exagero. Es triste desear que llueva en plena canícula para que no te pongan en un brete los de siempre, quienes con cuatro rayos de sol se disponen a un ejercicio criminal, del que todos reniegan. ¿Entonces quién le pone fuego al monte?

Me resulta imposible hacer recuento, de las veces que ese cúmulo de masa forestal entrelazada de la que nadie da fe ha necesitado ser apagada. Zonas tan próximas como Velle, Vilariño, Sabadelle, Untes, Cudeiro, Vilar de Astrés, Eiroás, y otras que no señalo para no mentar a la bicha, se han quemado hasta el último centímetro dispuesto. Con medios de extinción tan generosos que pasan por ser la industría más dispuesta. ¿Tal vez sea esa otra vez la clave?

En el incendio de Cualedro ha ardido lo indecible, en un territorio noble cargado de esencia, de emigración y de olvido. Una trama organizada argumentaban los alcaldes afectados; cuando el drama se torna en tragedia todos visualizamos fantasmas. Algo no me encaja, el responsable detenido hasta la fecha es un anciano de paso impedido. La música me suena, ¿o no?

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