Opinión

Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Quizás lo mejor del discurso real pase por la renovación en sí del personaje, el lenguaje ya más directo, desprovisto de ambajes y floripondios del padre que tantas veces semejaban naderías. Pero también uno descubre en el discurso de Rey algo parecido al sentir noctámbulo del poeta en la batalla con las musas, a la espera de su visita. El discurso es una especie de bálsamo de buenas intenciones caminando sobre los mismos deseos que los trenzados por su progenitor -cualquier otra opción sería inimaginable- sin tener en cuenta que la sociedad ha vivido en estos años una revolución y permanece bien distante de todas aquellas cosas que antes funcionaban. Nos propone sosiego y vislumbra la regeneración de la vida colectiva como un resorte imprescindible a la hora de mejorar las instituciones; apela a la Constitución del 78 como el marco legal, sin contemplar que desde entonces han pasado demasiadas cosas, que de aquellas realidades queda poco o nada, y que es ese marco legal el que ha comprometido el propio futuro del país, al no incluir mecanismos que impidieran desmanes y el uso inadecuado de lo público.

El sacrificio y esfuerzo exigido a los ciudadanos ha sido motivado por la inoperancia del mismo marco constitucional al impedir desatinos regulatorios como el que permitió el boom inmobiliario -hay muchos más- que vició el sistema y propició una escalada de desmanes en gobiernos municipales, una estrategia envenenada en la economía que llevó al naufragio a miles de familias, trabajadores y empresarios, al margen de desvencijar un territorio sublime en muchos casos. Además, es más que probable, que en cuanto cambien los momentos, que cambiarán, los propios actores -y otros- traten de repetir la jugada. Tiene razón, hablando de Cataluña, “me duele y preocupa el desafecto”, dice, apelando al sentimiento, reconociendo que “nadie es adversario de naide” reconociendo “que este país es la suma de diferencias que lo hacen único”, pero para ello se deben atajar primero esas diferencias que comprometen el futuro. Un discurso bien trenzado que si no arrastra otras voluntades, se quedará en los efluvios alcoholizantes del día después.

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