Opinión

Todo el tiempo

No hay un verano igual, y todos se parecen. Nada como imaginar que todo el horizonte es paz y el mayor de los retos consiste en no hacer nada, aunque sea puro engaño. Porque para el relajo también hace falta arte, y no poco, para no sentirte embutido en unas bermudas como si fuera un mal disfraz: además, lanzarse bien temprano a por la primera línea de playa -al menos para mí- tiene de relajo lo que una cama de faquir.

Es obvio que las vacaciones reparan, imposible aguantar tanta tralla sin un parón, aunque sean breves, pero no es fácil administrar horas de asueto cuando adoleces de costumbre. Aun así merece la pena insistir, dejarse llevar, ver pasar el tiempo, todo el tiempo del mundo, como si fueras un rico de postín y no un currela.

Aunque ejercitarse en el descanso consiste también en modular la paciencia y ahí no existe otro amarre que la resignación, no sé si franciscana, pero casi. Mientras media Europa está tratando de vaguear, hay otra menesterosa que no para, un país de camareros, dicen, en el que quien busque oficio ha de abrir un chiringuito y servir sangría y tortila, o lo que se presente, porque en esto de la hostelería sí que hay mucho simulacro. Y no mento aquello de dar gato por liebre, que también, que el mundo es estrecho y la gastronomía -más en verano- a veces parece un caro parque temático.

El tiempo pasa y aunque a quien lo contemple junto a una hermosa cala, con el sol bronceando su cuerpo serrano, le pudiera parecer eterno, no es así, dura lo que la quietud y la placidez durante una puesta de sol. Ya me contarán. Y para ello han de mediar kilómetros, soportar atascos infinitos, y ejercitar no poco la imaginación para insistir en que cada verano se parezca al otro lo justito. Aún así el mar, desde el que muchos trenzan esta mañana de agosto, sigue en un intenso color azul con la brisa húmeda como la mejor caricia para el rostro; y las olas ondulantes... Es verano, y el tiempo pasa. Disfruten.

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