Opinión

El último magreo

Quizás la novia más deseada de este país ya no sea modelo de medidas imposibles, ni actriz que deslumbre, la novia más pretendida, visto el cariz que toma la cosa, es la magreada opinión pública. 

La opinión pública, ahora y siempre, es un ente abstracto que se deja manejar por la avalancha informativa; la opinión pública no existe, recuerdo que decía la responsable de la materia en la universidad, y uno la miraba con clara de aplomo. La opinión pública es caprichosa, histérica, si se le dan argumentos -recuerden sino los recientes casos del ébola, o en su día el mal de las vacas locas, o la gripe Aviar-; a veces seguidista, enfilando los destinos de la mayoría, ante el desgaste de una determinada opción política, en beneficio de la contraria; cabrona, capaz de inclinarse en una dirección por fastidiar a los intereses de un determinado partido político, capaz de votar al diablo por no hacerlo con su propio candidato -sorpresas ha habido y bien claras-, y ahora yo le añadiría la de desquiciadas, ante el hartazgo de una situación determinada -corruptelas, crisis, falta de liderazgos y un horizonte claro-; la opinión pública es capaz de mudar de impresiones en favor de opciones contrarias a la lógica de los tiempos e incluso a sus propios intereses particulares, como si en esta aventura final, lo más importante fuera convencerse de que cualquier opción novedosa, cualquier cambio pudiera ser mejor para removerle las tripas a un sistema que no da más de sí, que desde el 78 se ha mostrado como una falacia premeditada cargada de intereses, donde han primado y medrado determinadas élites. Es como si de repente la opinión pública magreada al extremo y cabreada con todo quisiera romper las normas de juego. 

La amenaza es tan real que los grandes del IBEX, en la voz de César Alierta, y ante la amenaza bolchevique que se les viene encima, han puesto sobre la mesa una cifra, 2,3 millones de empleos en cuatro años. Hay condiciones, claro, la afirmación no es gratuita y sí condicionante, que la opinión pública no se desquicie e impere la lógica del mercado, como si la lógica de éste no supiéramos cuál es. Rajoy no dice nada.

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