Opinión

Del voto al bote

Este país goza de una mala salud de hierro, y no se muere. Arranca una nueva campaña electoral sin haber dilucidado nada de las dos anteriores. Es como si no tuviéramos otra cosa que hacer que acudir a las urnas y votar como quien va a jugar una pachanguita por matar el gusanillo a petición del teatrillo de la democracia.

Quien más quien menos ya sentía de la clase política un tufillo extraño, mera desazón de de hedor pestilente de los cadáveres acumulados en los fondo de armario, e insisten en dar argumentos a quemarropa. Es como si la decencia fuera un término tan confuso que se mudara directamente con su antagónico. Cuestión de extremos. Como cuando nos hacen un juego de trileros -a la vista- y lo quieren pasar por bueno, “mero concurso de méritos”, decían, de la designación del funcionario Soria como candidato a un puesto de gloria en el Banco Mundial. Soria, funcionario ejemplar y por supuesto decente, adalid de la verdad infinita, y de las ruedas de prensa donde su verdad se diluye antes de terminar la última frase, abocado aquí, una vez más, a presentar una renuncia acelerada.

La verdad política se abraza a la decencia, tanto que se precipita a cada instante. La decisión de Rajoy, además de inapropiada, es de mal estratega o de una catadura apremiante.

Un año sin Gobierno y nos devuelven la jugada electoral. De nuevo promesas que resuenan a hojalata. Hemos visto como las campañas se han estrechado, que no los tiempos, ahora estos son infinitos, no así los escenarios, cada vez más minúsculos, en los que sólo las verdades de los enunciados -a faltar de interlocutor que las interpele- se rebelan contra sí mismas.

El mal ejemplo de la política está dañando la oratoria, la dialéctica de los diputados en pro de acercar posturas entre contrarios. La política, lo estamos viendo, es un escenario de cerrojo, de una virulencia extremista en lo que se trata es de hacer sangre. Y ahora, a votar.

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