Opinión

Comunicar en familia

Con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, este año con la familia y la comunicación como tema, el obispo de la diócesis, Leonardo Lemos, ha difundido una carta relacionada con ello. En la misma alude a su vez al mensaje del papa Francisco en el que dice que “la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar”, subrayando la idea de que es en la familia en donde aprendemos la esencia de lo que es y en qué consiste la auténtica comunicación. Y asevera el prelado que la familia “se encuentra experimentando una grave revolución interna que se extiende a la escuela y a la sociedad en general”.

Cuando la estructura falla, pone de relieve, cuando la familia, célula básica de la sociedad, se resquebraja, “entonces surgen las actitudes agresivas e intolerantes, las mentiras y los enfrentamientos, los chismorreos y las calumnias”, y esto “tiene repercusión en la escuela y su caja de resonancia es la sociedad”. Y retoma las palabras del pontífice, que dice que en una sociedad “que los medios reflejan con tanta crudeza, en donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías”, la familia “puede ser una escuela de comunicación como bendición”.

En todo esto subyace una cuestión de la que tantas veces hemos hablado, como es la necesidad de recuperar los valores de la familia, y para ello es esencial que en el seno de la misma se produzca una fluida relación entre todos y cada uno de sus miembros. Una relación, primordial, de comunicación diáfana, y donde se aborden todos aquellos temas que tienen incidencia en la formación humanística de los hijos, para que éstos sepan la importancia de una educación en valores que les convertirá en unos ciudadanos rectos y consecuentemente, modélicos.

Y porque esa educación en valores les va a condicionar su futuro, de ahí la importancia de que la familia funcione como la primera escuela de la vida y que además tiene que estar en consonancia con la otra formación que adquieren en la vida académica, de ahí la exigencia de una perfecta imbricación entre padres y profesores.

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