Opinión

Estrellada y pitada

Este año, la final de la Copa del Rey de Fútbol tuvo más interés político que deportivo. Y todo motivado por un símbolo. Qué importancia se le otorga a los símbolos cuando éstos conllevan un mensaje, que es lo que sucede con una bandera y, en este caso concreto, con la conocida como “estelada” (estrellada). Esta enseña, que representa a los movimientos independentistas catalanes, hasta la fecha, se viene exhibiendo con “normalidad”, especialmente en el Nou Camp, y lo mismo se hizo en ediciones anteriores de esta misma competición. Lo que ocurrió este año fue que estuvo más politizado que nunca.

La Delegación del Gobierno en Madrid intentó evitar su exhibición, aludiendo a la Ley del Deporte que dice que no se puede acceder a recintos deportivos con banderas o símbolos “que inciten a la violencia o al terrorismo o que incluyan mensajes de carácter racista, xenófobo o intolerante”. Pero al final, una decisión judicial lo permitió entendiendo que “en ningún caso ha resultado probado que la exhibición de la llamada ‘estelada’ puede incitar a la violencia, el racismo o la xenofobia”, y concluye que la prohibición “supone una limitación de la libertad de expresión, un derecho fundamental que solo puede restringirse en circunstancias excepcionales que deben estar bien motivadas y, en este caso, no lo están”.

La cuestión es que existe un vacío legal y todo se enmaraña. La propia UEFA prohíbe terminantemente la promoción o el anuncio por cualquier medio de mensajes políticos o religiosos o cualquier otro acto político o religioso en el estadio.
Pero lo que también se repitió en esta final, como en las anteriores, ha sido la pitada al himno nacional, aunque según el “pitómetro”, en esta ocasión no fue tan sonora como sucedió hace un año en el Nou Camp. En cualquier caso, la cuestión es que aquí de lo que se trata es de respetar los símbolos institucionales del Estado, la bandera y el himno. 

Y otro hándicap que tiene nuestro himno es que carece de letra y cuando suena sólo queda el recurso del tarareo. ¿Se imaginan si cuando sonase en el estadio, mientras una parte del público lo silba, otra lo entona con su letra? Seguro que los pitidos hubiesen quedado más mitigados o solapados.

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