Opinión

Foros desaforados

Hacía tiempo que no asistíamos a debates parlamentarios fuera de tono. Es más, teníamos la impresión que esta “tregua política” que había provocado la pandemia del covid-19 -hasta incluso los soberanistas catalanes se habían olvidado el “España nos roba” y otras lindezas similares independentistas- estaba reflejando una quietud política exenta de exacerbados discursos, pletóricos de cargas de profundidad.

Pero no. Acabamos de comprobar que han vuelto por sus fueros los aforados que han utilizado el foro parlamentario para protagonizar desaforados debates. Y es algo más que un sutil juego de palabras. Nos estamos refiriendo a los “desencuentros dialécticos” con dirigentes del Partido Popular y Vox que protagonizó el actual vicepresidente segundo del Gobierno y otrora paradigmático líder de un partido político que luchaba para erradicar la casta y las puertas giratorias, Pablo Iglesias Turrión, con segundo apellido para que no se le confunda con el histórico fundador del PSOE.

Uno de ellos se produjo en el magno hemiciclo del Congreso de los Diputados y por cuya palestra a lo largo de su historia han desfilado insignes y preclaros oradores quienes han dejado patente una clara aportación a lo que se entiende como parlamentarismo, donde las ideas se manifiestan mediante escogidas palabras, exentas de imprecaciones o vejaciones. Pues bien, nuestro Congreso actual -ubicado en el mismo Palacio de la Carrera de San Jerónimo- rezuma otras prácticas oratorias más propias de tabernas. No se trata solamente de utilizar una estrategia de comunicación cuyo único propósito es arrumbar a tu rival político y que en este sentido lo ves más como un “enemigo” que como adversario. Se trata de echar mano de expresiones que no están conformes a la doctrina de ese acendrado parlamentarismo y cuyo objetivo no es otro que conseguir que las mismas tengan incidencia mediática y que sin duda supone mayor repercusión que lo que se dice en una sesión del Congreso y que en la mayoría de las ocasiones sólo queda fielmente contemplado en el Diario de Sesiones, aunque muchas veces, cuando la intervención del diputado raya con lo exabrupto, la Presidencia de la Cámara pide que no se recojan.

Es evidente que se requiere mucha cintura para ejercer hoy en día de representante público en un foro cameral en el que se está allí por elección popular. El buen tono debe presidir siempre las intervenciones pero un debate tiene que estar exento de visceralidades. Por ello, como decimos, cuando el ciudadano contempla estos rifirrafes, al margen de quien los protagonice, tendrá la sensación que algo está fallando y que no es necesario crispar una discusión introduciendo argumentos fuera de contexto y que va en detrimento de la imagen del político.

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