Opinión

Juventud, divino tesoro

Cuantas veces escuchamos eso de que nuestra juventud está desnortada, que los jóvenes de hoy carecen de valores o que apenas son conscientes de los mismos. Que no reciben una óptima educación, que no tiene que ver con la formación académica. Si analizamos los resultados de los barómetros de opinión que sondean lo que piensa la juventud de hoy respecto a sus relaciones personales y sociales en su entorno, entonces debemos preocuparnos y reconducir las enseñanzas que reciben, tanto por parte de su familia, como de la propia sociedad.

Recientemente el papa Francisco reflexionaba sobre los efectos de la ausencia de los padres en los hijos y en las graves consecuencias de una sociedad que, en la práctica, está conformada por niños y adolescentes huérfanos. Afirma el Santo Padre que “los padres están a veces tan concentrados en sí mismos y en su propio trabajo y en su propia realización individual, a punto de olvidar también a la familia y dejan solos a los niños y a los jóvenes”. Sostiene que esa ausencia de la figura paterna causa efectos negativos, pues las desviaciones de niños y adolescentes en buena parte se pueden atribuir a esa carencia. Y abunda el pontífice: “Los padres no se comportan como tales, no dialogan con sus hijos, no cumplen con su tarea educativa, no dan a los niños con su ejemplo acompañado de las palabras, aquellos principios, aquellos valores, esas reglas de vida”.

Ciertamente, pone el dedo en la llaga, pues el problema de nuestra juventud, y no hacen falta muchos sondeos, no es otro que la carencia de una educación en el seno familiar, como tantas veces hemos comentado. Aunque también la sociedad -como tal comunidad civil- tiene su responsabilidad pues, como señala el papa Francisco, ésta se descuida o se ejerce mal.

Por eso, parafraseamos a Rubén Darío cuando habla de la “juventud, divino tesoro” y exclama: “¡Ya te vas, para no volver!”. Evitemos que se vaya confundida.

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