Opinión

SILENCIO, POR FAVOR

El hombre salía como asustado. Era más que un asombro; era una expresión de desaprobación e impotencia. Abandonaba una sala de lectura de una conocida sociedad ourensana y exclamaba que era inconcebible que alguien pudiera ponerse a hablar por el móvil en ese espacio consagrado a la contemplación de periódicos o cualquier otro texto que caiga en las manos. Por algo se les llama, y no eufemísticamente, sala de lectura.


Y la verdad, tenía toda la razón. Es inaudito que todavía en este siglo, haya personas que no se percaten que en espacios públicos hay que actuar correctamente, respetando unas normas mínimas de convivencia porque ese lugar lo comparte con otras personas y todos tienen que moverse en un mismo marco de relaciones sociales, donde prevalezcan las buenas costumbres y la buena educación.


Y aunque muchas veces haya cartelitos que claramente restrinjan el uso del teléfono -que en realidad no haría falta ponerlos, pues basta con que cada uno actúe educadamente-, todavía hay quien hace caso omiso de cualquier indicación o recomendación. Más o menos como pasaba antes con el letrerito de 'prohibido fumar' que se colgaba en algunos sitios o hace tiempo el de 'prohibido escupir'. Porque hay preceptos de urbanidad que no es necesario recordarlos gráficamente. Una persona educada sabe como tiene que desenvolverse socialmente.


Por eso, entendimos perfectamente el estado de decepción de esa persona que abandonaba dicha dependencia donde debe reinar el silencio, interrumpido únicamente por alguna tos de vez en cuando o el lento movimiento de pasar las hojas del periódico. Y es que en esos lugares, parece que hasta las moscas saben estar.

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