Opinión

Alemania prohibirá la ultraderecha

Hace unas semanas, el director de la Oficina de Protección de la Constitución en el estado alemán de Sajonia, Dirk-Martin Christian, declaró a los medios de comunicación que el partido político Alternativa por Alemania (AfD) está claramente fuera de la Ley Fundamental, al perseguir de forma evidente objetivos frontalmente opuestos al núcleo doctrinal de la carta magna vigente desde 1949. Como toda Europa, Alemania está bajo la amenaza gravísima de la extrema derecha que desde hace una década se encuentra en auge en el Viejo Continente. No es ajeno el régimen ruso a este fenómeno tan preocupante como inédito desde la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, lo ha engrasado y alentado discretamente.

Pero hay tres factores que hacen distinta la situación alemana de la francesa, la holandesa o la española. En primer lugar, AfD siempre se ha caracterizado por estar en el extremo más radical de todo el movimiento ultra con representación en las instituciones de los países europeos. AfD no forma parte del grupo europeo ECR, que sería una de las alianzas dentro de lo que denomino “nueva derecha radical” en mi libro “La décima cruzada”, recientemente publicado. Podemos clasificar en ella a partidos como el italiano Fratelli d’Italia, de la primera ministra Giorgia Meloni, al PiS polaco, recientemente desalojado del poder en las urnas, o al español Vox. Son formaciones que están a caballo entre el conservadurismo democrático y las posiciones extrademocráticas aunque en sostenida involución hacia fuera del marco que los politólogos denominan “democracia liberal”, el vigente aún en casi toda Europa. Hay un espacio aún más extremo, más abiertamente ultra, más colectivista, nacionalista y estatista. Es el ámbito que directamente puede calificarse de extrema derecha sin paliativos, organizado en torno al grupo europeo Identity and Democracy (ID). En él participan por ejemplo el partido de Marine Le Pen, la Liga de Matteo Salvini y AfD. Incluso dentro de ese grupo, el partido alemán destaca por la rudeza y la visceralidad de sus posiciones. Por lo tanto, el caso alemán es especialmente grave, máxime en un país que tiene prohibido todo partido nacionalsocialista, y donde, por lo tanto, los seguidores de esa ideología participan activamente en lo más cercano que encuentran.

El segundo factor que hace diferente la situación alemana es la desarticulación, en pocos años, de dos complejas operaciones golpistas en el país. La última, la conspiración de los Reichsbürger (Ciudadanos del Reich) hace poco más de un año, provocó una treintena de detenciones en casi todo el país y reveló una fuerte implicación de mandos medios y medios-altos de las Fuerzas Armadas, especialmente de las unidades de élite y operaciones especiales, poniendo también de manifiesto la implicación de políticos cercanos a AfD como la jueza y ex diputada Birgit Malsack-Winkemann. El tercer factor diferenciador del caso alemán es mucho más alentador. Mientras en España es casi imposible pensar en una gran coalición, y mientras algunos partidos conservadores europeos, como el PP, incurren en el error político y ético de coaligarse con los homólogos de AfD, en Alemania esto no pasa, al menos por ahora. Ha sido férrea la colaboración entre todos los partidos normales del Bundestag a derecha e izquierda del hemiciclo para minimizar el riesgo que entraña el crecimiento de AfD. Tanto los democristianos en la oposición como las tres formaciones coaligadas en el gobierno (liberales, verdes y socialdemócratas) parecen por fin decididas a actuar, y desde luego conviene que lo hagan antes de las elecciones europeas de mediados de este año. Es bastante probable la fusión de los grupos ECR e ID tras los comicios, lo que haría de la extrema derecha la tercera fuerza política continental.

Si en España el partido más gravemente afectado por Vox es el PP, y ello hace incomprensible y suicida la política de alianzas de Feijóo, en Alemania, donde ya conocen bien a esta gente y estas situaciones, es la derecha democristiana, la CDU, quien lidera precisamente el frente de todos los demócratas contra AfD. Tanto es así que el democristiano Marco Wanderwitz, diputado al Budestag por Sajonia, una región realmente infestada de nacionalpopulismo, es la voz principal del actual esfuerzo transpartito por la ilegalización de AfD. La vía que están barajando los medios alemanes es una petición muy mayoritaria y conjunta de las dos cámaras del parlamento al Tribunal Constitucional, argumentando que los motivos que mantienen fuera de la ley a otras formaciones de extrema derecha y de extrema izquierda son plenamente asimilables en el caso de AfD, pues los objetivos son manifiestamente idénticos. La paradoja de la tolerancia, sobre la que reflexionó Karl Popper, parece llevarnos hoy a un escenario defensivo de las democracias liberales ante la amenaza brutal del “postliberalismo” totalitario impulsado por los peores enemigos internos y externos del modo occidental de vida y de gobernanza. Prohibir no es agradable, pero en casos excepcionales es inevitable, o podemos perderlo todo.

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