Opinión

Buxadé, el broker

El modelo de Vox es la Hungría de Viktor Orbán, y el de Orbán es una especie de versión suave (por ahora) de la Rusia de Vladimir Putin. Saltarán irritados algunos que dirán que, en Estrasburgo, Vox está en el grupo conservador ECR, donde no están los eurodiputados del partido Fidesz de Orbán. Es detalle menor. El jefe de la delegación de Vox en el Parlamento Europeo, Jorge Buxadé, escogió en su día incorporarse al grupo ECR por motivos de consumo interno, de cara al electorado español: quedaba mejor estar en ECR que en el grupo abiertamente ultra ID, dominado por el partido de Marine Le Pen y en el que participan también el italiano Salvini y Alternativa por Alemania. Pero ECR ya no es el grupo conservador respetable, nucleado en torno a los “tories” británicos. Del partido de Margaret Thatcher no queda absolutamente nada, por la sencilla razón de que ya no hay eurodiputados británicos, a consecuencia del Brexit.

El grupo ECR está dominado hoy por el partido polaco PiS, parecido a Vox pero aún más obsesionado con la ingeniería social para instaurar un nacionalcatolicismo de Estado en su país. El PiS tiene casi la mitad de los diputados del grupo. En la fundación vinculada, New Direction, tampoco queda nada de la estela de su impulsora, la propia Thatcher, y manda ahora un comité en el que, junto a una diputada de Vox, se encuentra el ínclito Angel Dzhambazki, el parlamentario búlgaro que hace un par de meses hubo de ser multado por perpetrar el saludo nazi en pleno hemiciclo. El objetivo de Vox siempre ha sido promover la fusión de los grupos ECR e ID. Al nuevo grupo, que se convertiría en el tercero del europarlamento, se incorporarían los pocos diputados húngaros de Orbán, que se quedaron sin grupo cuando su partido, Fidesz, tuvo que marcharse del Grupo Popular, que iba a expulsarlos por su deriva ultra. El broker Buxadé lleva intentando la unión de toda la extrema derecha desde que aterrizó en las instituciones europeas, y para eso organizó la llamada “Cumbre de Patriotas” en Madrid a finales de enero. Le salió mal porque, con la invasión de Ucrania en puertas, salieron a flote las diferencias entre los polacos (antirrusos) y los húngaros (prorrusos). Por exigencias de los primeros se incluyó un párrafo de condena a Rusia en la declaración final del encuentro de Madrid, pero Marine Le Pen se ocupó de quitarla de la versión que dio a los medios franceses. Es lógico: su campaña la pagó Putin.

Aunque Buxadé y los suyos estén formalmente en ECR, sin duda están más próximos a Le Pen y a Orbán. El propio Buxadé participó en las recientes noches electorales de ambos mandatarios, en París y Budapest. El objetivo europeo de Vox es radicalizar aún más al grupo ECR hasta colocarlo totalmente en el espacio de la nueva derecha nacional-populista, que revienta las costuras del marco institucional de las democracias liberales. Es más, Vox, que al principio de su andadura política llegó a coquetear con los términos “conservador” e incluso “liberal-conservador”, ha importado ya por completo la semántica de Viktor Orbán, quien en 2014 acuñó los términos “democracia iliberal” y “Estado iliberal”. Por otro lado, los dirigentes de la poderosa Fundación Disenso, de Vox, emplean abiertamente el concepto de “post-liberalismo”. Es decir, quieren dar por concluida la fase liberal de estos últimos trescientos o trescientos cincuenta años en la historia de la humanidad, y fomentan la eclosión de un mundo diferente. En realidad, quienes emplean los términos “iliberal” o “post-liberal” harían mejor en reconocer que su propuesta es anti-liberal. Y la vemos ejecutarse, quizá en pañales aún pero ya operativa, tanto en la Polonia del PiS como en la Hungría de Orbán. 

Por lo visto, lo “post-liberal” es cargarse la separación de poderes, la independencia judicial, la equiparación de la mujer, la libertad de prensa, la separación iglesia-Estado, la libertad de importación, etcétera. Pero no es verdad. El broker Buxadé, como Orbán, Le Pen y los demás anti-liberales no es “post-” sino claramente “pre-” porque quiere llevarnos, mediante la coerción estatal y la ingeniería social y cultural legislativa, al atrasado y polvoriento mundo preliberal. El liberalismo en materia de gobernanza política, junto al capitalismo en lo económico y el racionalismo en lo filosófico, son los ingredientes de la civilización humana contemporánea: el llamado “mundo moderno” que horrorizó a pensadores ultras como Julius Evola y horroriza hoy a sus sucesores, desde Steve Bannon hasta Aleksandr Dugin. El mundo moderno liberal-capitalista es, hasta hoy, el cénit de la evolución social humana. Deberá superarse pero para blindar y expandir la libertad de la persona, no el poder del Estado. Esta nueva derecha es tan peligrosa para el individuo como la izquierda. Su colectivismo no exalta la clase social sino la nación, pero da igual, el resultado es el mismo. Esta nueva Falange, que ya tiene sus JONS, su sindicato, es, igual que la extrema izquierda, una grave amenaza a nuestra libertad.

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