Opinión

Comercio sí, BRICS no


En el mundo actual, un Occidente gravemente herido todavía por el tumor interior que fue la geopolítica trumpista de 2016 a 2020, consistente en dárselo todo a nuestros enemigos, hace frente a amenazas internas como el posible retorno de ese político procesado o el auge de los populismos en medio mundo, y a otras externas como la “nueva ruta de la seda” del tirano chino Xi o el incipiente bloque económico BRICS que impulsa Putin contra nosotros. El bloque BRICS en construcción, además de alinearse con la habitual estrategia de chantaje petrolero de la OPEP, es sobre todo un remedo del viejo Comecón. Ese bloque implosionó al hacerlo la Unión Soviética porque, como es sabido, el socialismo es económicamente imposible, inviable. En el Comecón se intercambiaba en especie, de Estado a Estado, y los precios, al no ser libres ni expresarse contra un patrón monetario que fuera ni remotamente objetivo, adolecían de una extrema distorsión que los dejaba inservibles. Desde una perspectiva económica liberal, los precios son las señales que la economía ofrece a los agentes que en ella operan, y en el Comecón no había tal cosa. Los precios dependían de la consideración extraeconómica que se impusiera en los diálogos entre los dirigentes soviéticos y sus socios del resto del mundo. Se cambiaban naranjas búlgaras por caviar ruso y puros habanos por arroz vietnamita sin tener el mínimo respeto por la valoración objetiva de unos u otros bienes, ya que no había oferta ni demanda libres para conocer una valoración realista.

El socialismo es fatalmente arrogante porque sustituye esa conformación natural de los precios, derivada de la acción humana, por un dictado arbitrario de cuánto debe valer cada cosa según algún sesudo comité de funcionarios, o según los intereses políticos del momento. A un alto apparatchik soviético, durante la Perestroika, le preguntaron tras dar un conferencia en una universidad estadounidense si la URSS tenía previsto invadir todo el mundo, y dijo en broma que no, que dejaría en paz a Nueva Zelanda. Ante el asombro de los presentes, explicó que lo harían para observar ese país y tomar nota de los precios verdaderos de las cosas. No me cabe la menor duda de que Nueva Zelanda, de haberse llevado a cabo ese experimento, se habría convertido rápidamente en la mayor potencia económica, y el socialismo planetario habría implosionado igualmente.

Es urgente volver a impulsar el libre comercio mundial, y ello no implica reforzar los bloques comerciales sino, precisamente, abrirlos de par en par mediante el desarme arancelario unilateral de nuestros países, con la excepción, eso sí, del comercio con empresas estatales, pues engorda la caja de los Estados enemigos. En otras palabras: comercio libre y sin aranceles, pero con clientes y proveedores demostrablemente privados, y restricción, en cambio, cuando haya dudas. En este caso, aplicación de un calendario de hitos que condicione la apertura comercial con un país a su cumplimiento de exigencias en materia de Derechos Humanos, libertad política y personal, y sobre todo libertad económica y carácter realmente privado de los posibles partners. Esa estrategia será mucho más efectiva contra la aparición de un bloque como el BRICS, que es puro estatismo. Es comprensible que países como India y China se hayan unido a Rusia en la iniciativa BRICS, pero no lo es que Brasil, tanto con Bolsonaro como con Lula, haya caído en esa trampa que deshace la vocación brasileña de integración económica con sus vecinos y con Portugal y Europa.

Occidente debe continuar la presión sancionadora contra el Estado ruso, al menos hasta que renuncie a la salvaje invasión de Ucrania, pero también debe vigilar de cerca los aspectos proteccionistas que la alianza BRICS puede imponer al resto del mundo, lo que subvertiría el sistema de la Organización Mundial del Comercio que tan inguemante abrimos en su día a Estados que no lo merecían porque no estaban realmente dispuestos a abrazar la libertad económica.

Hay que tener en cuenta que son proxies de Rusia como Irán y sus guerrillas patrocinadas en Yemen quienes hoy están poniendo en jaque la principal ruta de transporte marítimo de mercancías. Es necesaria una sólida alianza internacional que libere el mar Rojo de piratas y terroristas. Para ello, resulta cada día más obvia la necesidad de algún tipo de “policía internacional del comercio” que asegure el transporte y combata tanto las guerrillas irregulares respaldadas por nuestros enemigos como a su propio ejército formal cuando sea necesario, garantizando así que el libre comercio internacional fluya sin interrupciones ni entorpecimientos que sólo encarecen los bienes de consumo en detrimento del ciudadano común. Para ello, la OTAN podría expandirse más allá del marco nordatlántico y devenir una estructura de seguridad global basada en los valores de la democracia liberal. Y en casa, es preciso aplastar todo conato de proteccionismo, ya venga de los populistas de izquierda o de los populistas de derecha. Ambos son quintas columnas, voluntarias o no, de nuestros enemigos exteriores.

Te puede interesar