Opinión

Cuarenta años después del 23-F

Esta semana hemos conmemorado cuarenta años del golpe de Estado fallido que perpetraron cuatro locos desorganizados a quienes alguien tuvo que engañar prometiéndoles un apoyo decisivo que jamás llegó. Fue un golpe fake, como se dice ahora. Cuatro décadas más tarde, sigue habiendo información clasificada y sigue habiendo más sombras que claridad en los hechos.

Durante décadas se ha especulado con una cábala cívico-militar encabezada por el rey Juan Carlos. Me parece evidente que la cúpula del Estado estuvo detrás del golpe, y que el objetivo del mismo era fallar y consolidar así el nuevo sistema político, incluida la figura del rey. Pero cada vez creo menos que el propio rey fuera el cerebro. No le creo capaz. Viendo alguna de sus más recientes entrevistas otoñales, uno tiene la sensación de estar ante un hombre bastante débil y mucho más interesado en hacer dinero y en procurarse placeres que en la política. Fue uno de los grandes beneficiarios, pero esa operación vacuna, de manual e impecablemente ejecutada, tuvo que prepararla un equipo de expertos mucho más avezados. Él simplemente desempeñó su papel. Fueron seguramente determinantes los servicios secretos extranjeros y españoles. Y hubo figuras destacadas del gobierno y de la oposición que, por sus reacciones y por lapsus posteriores, debieron de saber al menos algo de lo que iba a pasar, de quién estaba detrás, y de que aquello era una operación de afianzamiento, no un golpe de verdad. Seguramente Suárez y Gutiérrez Mellado no supieron naday seguramente sí sospechaban que algo podía suceder, pero no cómo ni cuándo. Esto engrandece su imagen de valientes por la actitud demostrada, pero también da cuenta de la pequeñez de aquel gobierno en funciones. 

Salieron reforzados de aquella situación el rey y la institución monárquica, ya que el 23-F sirvió para crear toda una épica edulcorada en torno al papel de Juan Carlos, que sólo se ha erosionado con toneladas de escándalos y al cabo de muchos años. Salió reforzado el PSOE, que el año siguiente obtuvo la mayoría absoluta, y la perspectiva de estos cuarenta años hace cada vez más probable que Felipe González estuviera, como mínimo, informado a grandes trazos. Salió reforzado el propio sistema, que apenas tres años más tarde fue convalidado mediante su admisión en la entonces denominada Comunidad Europea, mientras se ponía de moda en el mundo redescubrir lo español, y nos daban expos, óscares y olimpiadas. Fue una operación perfecta, quirúrgica, sin un solo muerto, sin un solo herido y sin más disparos que los de Tejero en el techo, mantenidos hasta hoy sin reparar porque la épica es crucial para los Estados. Esa pulcritud incruenta es el indicio más claro de su carácter ficticio.

Pero hubo perdedores. En primer término, lo perdieron todo unos cuantos militares ideologizados que se dejaron embarcar en la operación. Parecían salidos de un episodio nacional de Galdós, o del Tirano Banderas de Valle-Inclán. Poca lástima deben merecernos, tuvieron lo que se buscaron, pero no cabe duda de que fueron víctimas de un fraude. Mucho más importante es que también salió perdiendo el modelo territorial federalista que se había pactado en la transición: el año siguiente se promulgó la LOAPA merced a un pacto entre la UCD y el PSOE, y con esa ley orgánica encubierta, profundamente armonizadora, se frustró el autogobierno y se reconvirtió en el mediocre teatrillo autonómico que ahora vuelve a revelarse tan insuficiente.

Quizá esa fuera la clave de todo lo que sucedió durante aquella tarde y noche. Ciento ocho años antes, Pavía había entrado a caballo en ese mismo edificio, con guardias civiles que dispararon a diestro y siniestro, para impedir que los diputados trabajaran sobre el borrador constitucional del grandísimo liberal Emilio Castelar. Ese magnífico texto habría dotado a España del marco federal que su diversidad exige y que siempre se nos ha negado para aplicar la apisonadora estatal dando rienda suelta a la obsesión por homogeneizarlo todo. Por cierto, los ministros regionales se llamaban eso, ministros, no la bobada esta de "consejeros", cuando no aconsejan sino que ejecutan. Y los constituyentes de 1873 no incurrieron en el eufemismo ridículo de llamar "comunidades autónomas" a los estados federados, los llamaron estados igual que se llaman hoy los de Alemania, Australia o Brasil. Y su grado de autonomía era mucho mayor que el de la constitución actual, y sin duda habría desactivado por innecesarias las aventuras secesionistas del siguiente siglo y medio. Pero nuestros militares, siempre intervencionistas en política, frustraron la primera república que los españoles se habían dado unos meses antes.

Tejero-Pavía perpetró un golpe de ópera bufa. Pistola en mano, profanó la tribuna del Congreso y ordenó a los representantes de los ciudadanos tirarse al suelo. Esa infamia visibilizó entonces que todavía persistía en nuestro país una corriente antiliberal profunda, más acusada en sectores de la milicia pero extendida en todos los ámbitos de la sociedad. Hoy no estamos mejor. En aquel parlamento hubo un tercer diputado que no se echó al suelo, sino que presenció complacido lo que sucedía. Era Blas Piñar, el líder de Fuerza Nueva. Hoy tenemos cincuenta y dos descendientes intelectuales de aquel único diputado. Se dicen fieles al marco de libertades actual y niegan toda relación umbilical con aquel pasado, pero sus actos, su estética y, cada vez más, sus palabras siembran al mismo tiempo dudas recurrentes. Veremos. 

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