Opinión

Cuba estrena moneda

El inicio de 2020 ha traído una reforma monetaria a Cuba. La isla comunista pasará de ver circular por sus calles tres monedas (el peso ordinario, "CUP", el llamado peso convertible, "CUC", y el omnipresente dólar) a tener sólo dos. Ha desaparecido la moneda convertible, que durante un cuarto de siglo marcó las diferencias de clase social en una sociedad que supuestamente las había abolido. Como la medida se anunciaba desde mucho tiempo atrás, los cubanos ya habían cambiado todos esos pesos por dólares, y los que quedaban antes de fin de año ya no eran papel moneda sino papel mojado. El objetivo de esa divisa siempre fue compensar la condición de moneda cautiva, no convertible, del peso cubano estándar, que ahora vuelve a ser, teóricamente, la única moneda de Cuba. Pero no. La tercera moneda, el dólar del país de enfrente, sale reforzada con esta reforma. Obviamente, los cubanos seguirán confiando más en el dólar como depósito de valor, sobre todo ahora que el peso tendrá una tasa de cambio fijada por el Estado, que inicialmente será de veinticuatro pesos por dólar. Cuba estrena moneda reformando la suya de siempre para que valga eso, la veinticuatroava parte de un dólar. ¿Por qué ese valor y no menos o más? Misterios insondables del comunismo.

En España, la prensa simpatizante con el régimen se ha deshecho en elogios a la medida, calificándola de aperturista. Nada más lejos de la realidad. Al gobierno le molestaba la complejidad monetaria y prefiere hacer supuestamente convertible el peso normal, pero no mediante la flotación normal que, en el resto del mundo, va definiendo la tasa de cambio entre dos monedas, sino mediante un precio fijo que la población, por supuesto, se pasará por donde ustedes se imaginan. Tal como suponen los cubanos, lo primero que va a suceder con el peso es que se va a devaluar, ya sea de iure o de facto. Si la devaluación es oficial, veremos dentro de nada una indecorosa sucesión de subidas del precio oficial del dólar, en un intento del régimen por no apartarse demasiado de la realidad. Si esto no sucede, veremos al peso seguir el mismo camino del bolívar venezolano: en el mercado auténtico, que es el negro por ser el único libre, la gente canjeará paletadas de pesos por un puñado de billetes verdes.

El primer ministro de la isla, Manuel Marrero, ha augurado a todos los súbditos de la revolución un futuro esplendoroso gracias a la reforma monetaria. Es el mismo político cuyo hijo se fotografiaba disfrutando de todo tipo de lujos en el extranjero, usando para ello un avión privado. Ni a él ni al indiscreto de su chaval va a afectarles la reforma monetaria. Piensan, cobran y pagan en dólares, como todos los cubanos pobres o ricos que pueden hacerlo, desde las prostitutas hasta los conserjes de hotel y desde los narcos hasta la nomenklatura de esta micro-URSS vestigial.

El precio de cualquier cosa lo deciden quien lo ofrece y quien lo requiere, al llegar a un acuerdo. Con el dinero no pasa algo diferente, porque está sometido a esa misma lógica. Es fútil pretender alterarla desde las alturas de la oficialidad. Pero los socialistas de todo tipo tienen una larga tradición alquímica que les lleva una y otra vez a intentar que el dinero valga lo que ellos digan. Jamás lo han conseguido. En la Alemania de la República de Weimar, los marcos emitidos por el buenismo estatista heredado de Bismarck terminaron valiendo casi cero y transportándose en carretillas para comprar el pan. Otro socialista peor, Adolf Hitler (sí, socialista, concretamente nacional-socialista) volvió a intervenir el precio de la moneda y a cerrar las fronteras económicas. Los otros socialistas, los mayoritarios, los de izquierdas, congelaron durante décadas la economía y refrenaron la creación de riqueza y prosperidad estableciendo precios políticos para el intercambio de moneda incluso entre los países afines. Las reuniones del Comecon, el mercado común del bloque liderado por la URSS, eran interminables porque no había manera de ponerse de acuerdo en el valor de los intercambios comerciales, ya que las tasas de cambio eran todas arbitrarias. En plena Perestroika, cuando un periodista occidental preguntó en broma a un alto jerarca soviético si pretendía invadir el planeta entero, éste respondió que todo menos Nueva Zelanda. Cuando le repreguntaron, respondió sonriendo que, claro, necesitaba que quedara un país de economía libre para saber los precios reales de las cosas.

El “hombre nuevo” socialista, al menos en su versión cubana, no es uno sino dos. Los hay con parientes fuera, y por lo tanto con moneda normal, esa que lleva estampada la cara de algún “founding father” americano del siglo XVIII; y los hay sin parientes fuera, y por lo tanto condenados a malvivir inmersos en la “farsa monea” que emite el régimen, o a procurarse dólares haciendo, literalmente, lo que sea. Ni el "hombre nuevo" es nuevo, ni es nuevo el comunismo de hoy, ni tampoco es nuevo el peso cubano que circula desde el día 1 de enero. El dinero circulante cubano es tan viejo como su parque móvil. Hace dos décadas que Cuba entró en el siglo XXI, pero el siglo XXI sigue sin entrar en Cuba.

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