Opinión

La derecha ante Putin

Todos los ignorantes que aún están propagando los conceptos de “post-liberalismo”, “democracia iliberal”, “Estado iliberal”, etc., deberían reflexionar a raíz de lo de Ucrania. Todo ese movimiento de enmienda a la totalidad del marco liberal clásico de los últimos tres siglos está revelándose como un artificio impulsado con mucho poder y con mucho dinero por ciertos Estados, y principalmente por uno: el régimen autoritario de Vladimir Putin. Es Putin quien lleva décadas alentando cuidadosamente un complicado cambio del paradigma político-cultural de Occidente que sirva a sus propósitos, y para ello ha utilizado movimientos radicales de izquierdas y de derechas, siempre contrarios al marco de libertades personales y de libre mercado que ha caracterizado a Occidente. En cuanto a la derecha política, lo que han intentado el régimen ruso y sus gobiernos colaboradores, como el húngaro de Viktor Orbán o el estadounidense durante el cuatrienio de Donald Trump, ha sido volverla agresiva y hasta insurrecta, sacarla del marco democrático convencional y establecer, en sustitución del conservadurismo estándar al estilo de Thatcher o Reagan, una “nueva” derecha visceral, populista y decidida a socavar las instituciones liberales de gobernanza política. Así lo demuestran incidentes tan lamentables como el asalto al Capitolio de Washington, no para tomar el poder sino para arrastrarlo por el fango. Es una derecha con querencia hacia la revuelta violenta e irrespetuosa de los demás ciudadanos: para ella, todo aquel que no esté en su bando es automáticamente comunista o, peor, “progre”, porque para estos señores, sorprendentemente, es peor ser socialdemócrata o incluso liberal clásico que bolchevique. El objetivo del Kremlin era producir en el Occidente rico un “realineamiento” ideológico, desplazando el centro del espectro político hacia la derecha, y haciendo aceptable así, como parte del marco de gobernanza estándar, la participación de la extrema derecha “iliberal” en las coaliciones de gobierno. Esto, naturalmente, como antesala del futuro régimen político íntegramente “iliberal”. Y mientras tanto, para el Tercer Mundo, la estrategia rusa seguía siendo en general apostar por el populismo inverso, el de la extrema izquierda, con buques insignia como Cuba, Venezuela, Nicaragua e incluso Corea del Norte, además del socialismo arabista del virrey sirio Assad. Pues bien, ese “realineamiento” ideológico no ha funcionado porque la gran mayoría de los occidentales no ha mordido este anzuelo tan enrevesado, y seguramente tan costoso. La invasión de Ucrania puede provocar ahora el final de esta estrategia fracasada.

Todos esos alt-righters trumpeteros que adoraban al caudillo Vlad porque le veían duro, conservador, cristiano, hiperviril, misógino, homófobo, patriota y lleno de “valores” tradicionalistas, han sido cómplices, deliberadamente o no, del monstruo que es hoy el régimen ruso. Y de su acción exterior en Occidente, que este mes ha sobrepasado ya la línea roja de amenazarnos con un ataque nuclear. Comparten esos delitos con la extrema izquierda “bolivariana”. Toda esa “nueva” derecha ha sido funcional, precisamente, a la izquierda que tanto detesta. Incluso, en algunos países de Europa, esa derecha está contribuyendo al resurgimiento de la extrema izquierda, al generar un temor razonable al avance del fascismo, de la teocracia, que amenaza nuestro modo de vida, nuestras libertades... el Occidente moderno de las últimas siete décadas. Esos “nuevos” derechistas deben reflexionar y cambiar de rumbo: juntarse con el tío Vlad para promover el derrumbe de todo el liberalismo occidental ha sido una barbaridad estéril.

La democracia liberal es muy mejorable, y algunos, como los libertarios, anhelamos incluso superarla para dar paso a un sistema de gobernanza más respetuoso con la soberanía individual, con mucho menos Estado y mucha más libertad tanto económica como personal. Pero superarla no es ir para atrás. En la política interna, incurrir en el tradicionalismo autoritario no supera el marco actual. Y en geopolítica —que es lo único que le importa en realidad a Putin, el padrino de todo este “realineamiento”— superar este marco no puede llevarnos a restaurar un mundo de “áreas de influencia”, con las fronteras entre bloques de 1997 o de Yalta... ni tampoco a establecer el nuevo “lebensraum” que Putin exige obsesivamente para el supuesto “mundo ruso” basado en el mito de Eurasia (mito alumbrado por el nacionalsocialismo alemán y actualizado por Aleksandr Dugin, el filósofo de cabecera de Putin). La globalización y el fin de la Guerra Fría superaron los bloques. Putin y la “nueva” derecha no encarnan la superación de la democracia liberal sino que representan un brutal paso atrás que nos situaría antes del liberalismo, no después. Quienes en algún momento se hayan dejado seducir por Trump, por la odiosa rana Pepe, por Buxadé y sus cánticos falangistas, por Orbán y su cruzada, por el “todo vale” contra lo “progre”, o directamente por Putin... tienen mucho que reflexionar, porque la invasión de Ucrania demuestra que ese no era el camino, que se habían dejado deslumbrar por un déspota o comprar por sus rublos cuando aún tenían valor. Que el “realineamiento” sólo fue una sofisticada trampa intelectual a beneficio del Kremlin, de la que deben zafarse sin esperar ni un minuto más.

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