Opinión

EL EX REY ESTÁ DESNUDO

El exrey Juan Carlos está desnudo. No por salaz, como en sus años mozos y no tan mozos, sino por metáfora, como en el cuento de Hans Christian Andersen. Tan desnudo está que su séquito de leguleyos, sus amigos de México y de Sanxenxo, sus aduladores de Madrid, sus abecés y demás corte, sus simpáticos tiranuelos árabes y quizá hasta su hijo y los apparatchiks de Zarzuela le han convencido de que podía desfacer el entuerto fiscal y reputacional con setecientos mil eurillos de nada.

Setecientos mil euros son el chocolate del loro para una ristra de casos como la que afecta al rey desnudo. Para que el lector se haga una idea, esa cantidad no alcanzaría a pagar la suite que habita en los Emiratos Árabes Unidos desde hace varios meses, porque dividiéndola no se llegaría ni a cinco mil euros por noche. Regularizar esa cantidad implica reconocer que se ha cometido una infracción tributaria muy grave, pero por un monto total de ¿cuánto? ¿El doble de esos setecientos mil pagados ahora en tiempo de descuento? ¿El triple? ¿De verdad piensa el rey desnudo que nos vamos a tragar que su evasión fiscal sólo asciende a unos dos milloncejos? Pero vamos a ver, si sólo la donación a Corinna ya fue de sesenta y cinco millones, y provenía de una mordida saudí de cien millones, cuya contrapartida no se ha clarificado.

Seguramente los abogados le están aconsejando que regularice nada más el dinero negro post-abdicación, para evitar una acusación formal de la fiscalía. Por cierto, qué irregular esa comunicación previa entre los abogados y Hacienda, qué inédito trato de favor. Para los abogados, para Zarzuela y para la corte matritense, cualquier delito previo es agua pasada, que para eso era inviolable. De todas formas, sería probablemente imposible que hoy abonara la suma resultante si tuviera que regularizar las últimas décadas de su peculiar paraíso fiscal, esa isla offshore situada a las afueras de Madrid, llena de ciervos para reventarlos a tiros como a él le gusta (en Rumanía hubo un escándalo hace dos décadas porque mató una osa gestante, pero aquí la mesa del Congreso inadmitió la correspondiente pregunta parlamentaria).

Ese refugio fiscal de tipo alpino, pero transplantado al madrileño distrito de Fuencarral, estaba dotado de varias máquinas de contar billetes. Billetes que llegaban a España en vuelo privado sin pasar control alguno, como las maletas de Delcy Rodríguez. Billetes que no se sabe a qué secretos servicios, a qué influencias ejercidas o a qué pagos inconfesables correspondían. La zona franca de La Zarzuela está simbólicamente a un paso, sólo un paso, de El Pardo. Pero al rey desnudo le interesaba más otra finca vecina, la de su amante, con "acceso directo", como los buenos resorts playeros.

¿Cuántos ciudadanos pierden cada año sus casas, sus negocios, sus ahorros de toda una vida, por un traspiés con la Agencia Tributaria? ¿Cuántos sufren el acoso inmisericorde, orwelliano, de los perros de presa de Hacienda? ¿Cuántos terminan pisando una celda en vez de una lujosa suite emiratí? ¿A cuántos se detiene por cruzar la frontera con diez mil euros, sólo diez mil, sin declararlos? ¿A cuántos por resistirse a pagar la totalidad de los impuestos españoles, realmente confiscatorios?

No basta con señalar, como el niño del cuento de Andersen, al patético rey que se cree cubierto de seda y armiño pero está completamente desnudo. Hay que señalar la inviolabilidad, ese concepto antijurídico impropio de un país civilizado. Y hay que señalar la soberana estupidez de poner un falso cortafuegos entre padre e hijo. El hijo no supo, el hijo tan "preparao" estaba en la higuera, el hijo no cobró ni pagó, el hijo jamás de los jamases tuvo tarjetas black, ¡el hijo es un santo! Ya, claro, y la tierra es plana. El hijo es un santo porque no nos atrevemos a abrir el melón de la jefatura del Estado, y entonces toca una vez más callar y tragar, y creerse los cortafuegos por inverosímiles que sean. No hay excusa para mantener esta institución. Apenas queda una decena de monarquías en los países desarrollados, con regímenes políticos de libertad. Son vestigiales todas ellas, menos la nuestra, que es un postizo de los setenta, una prótesis para dulcificar la Transición. Pues ya está, ya cumplió, adiós muy buenas. La excusa habitual para seguir igual es "cuidado, que vendrá Podemos y nos hará una república socialista bolivariana". Pues no señor. Podemos que pida lo que quiera, que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. No le demos eso a la izquierda radical, démonos todos una república normal como Alemania, Suiza, Portugal, Francia o Estados Unidos. Ni más ni menos. Ni reeditar la nefasta segunda república, ni seguir aguantando reyes desnudos.

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