Opinión

El PP aborta a Vox

En realidad, Vox está muy a favor del aborto. Del aborto posnatal del Gobierno Mañueco en Castilla y León, y en general del aborto de nuestro magro autogobierno pseudofederal, todavía en gestación cuarenta y tantos años después de aquel taller literario de Gredos, que parió una constitución-parche.

Pero resulta que, aún así, el modelo autonómico es parte integral y consustancial de esa carta magna que tanto dice Vox defender. La insólita pelea política de esta semana guarda relación con otro aborto, pero a la inversa: el aborto que le ha hecho el PP a Vox, al decir Feijóo que prefiere gobernar sin coaligarse con los nacional-populistas. Buen aborto éste último, y a ver si el resultado electoral acompaña a pesar de la torpeza pepera de hundir y fagocitar al centro político por enésima vez en nuestra historia reciente. La avaricia rompe el saco, y eliminando de la ecuación a Ciudadanos cobra vida el eslogan de los ultras: “sólo queda Vox”… para pactar. Qué inmenso error, y qué déjà-vu tan persistente.

Ya pasó con los restos de UCD, con el Partido Reformista, con el CDS, con UPyD. El PP es incapaz de conducirse como sus socios europeos. En Alemania, el Benelux, Centroeuropa o Escandinavia a ningún partido del centroderecha se le ocurriría la peregrina idea de eliminar a los liberales o centristas: si lo haces podrás absorber voto y algún cuadro potable, sí, pero a cambio empujas también a otros votantes hacia la izquierda, engordándola, y, sobre todo, te quedas sin socio de gobierno. Hala, a conseguir mayorías absolutas entonces. Es una estrategia suicida, pero el PP es como el escorpión de la fábula, que acaba picando a la rana centrista que le transportaba al poder. Es su naturaleza.

No se autopercibe en un espacio ideológico delimitado. Aspira siempre a ser un partido catch-all o big-tent, es decir, un macropartido donde concurren familias, no ya diversas, sino incluso opuestas, desde cuasi-socialdemócratas hasta liberales, desde democristianos y conservadores hasta postfranquistas. Pero la época de los partidos-chicle ha pasado, vivimos en tiempos de mayor identidad ideológica donde la política no es mera gestión, como le gustaba al viejo PP técnico, neutro, buenista, funcionarial, sorayo. Ya no sirven partidos de amalgama ni se puede agrupar a medio país en una sola formación.

Feijóo parece intuir por fin esta realidad. Parece haber comprendido que es una tragedia para nuestra sociedad soportar el condicionamiento de la acción de gobierno por extremistas como Podemos o Vox. Sus declaraciones recientes sobre posibles pactos entre las grandes formaciones políticas para “que gobierne la lista más votada” van claramente en esa línea. Y esto ha sido lo que ha hecho estallar a Vox y montar el follón del otro día a cuenta del aborto. Se las prometía muy felices Abascal. Se veía ya de vicepresidente, con Ortega-Smith de ministro de Defensa o Buxadé llevando la nueva cartera de Familia Numerosa o el cargo inédito de Sacristán del Gobierno.

Y ahora viene Feijóo y amaga con firmar un pacto anti-extremismo con el PSOE. Pues sería un gran paso, sería bueno para la convivencia colocar a los extremistas en su sitio: en el gallinero de la política. Los desmanes de Podemos en el gobierno deben terminar por fin, y los de Vox deben abortarse. Da igual que gobierne en concreto “la lista más votada”, lo que importa es que haya un gobierno sin comunistas ni fascistas.

Puede ser con la lista que más votos haya obtenido (cuestión poco relevante en un modelo parlamentarista, porque quien elige presidente es la cámara), con una coalición entre PP o PSOE y partidos intermedios (donde aún existan pese a la voracidad pepera) o regionalistas y locales, o incluso con una gran coalición entre PP y PSOE, con o sin más formaciones. Si Feijóo insiste por esta línea obligará al PSOE a retratarse. Ferraz tendrá que elegir entre la normalidad democrática o persistir en la anomalía, en términos europeos, de un gobierno con ministros comunistas. Y en todo caso el PP quedará como una fuerza sistémica que es rigurosa en la exclusión del extremismo y predica con el ejemplo abortando todo pacto con Vox.

El esperpento de Castilla y León debe tener consecuencias. Primero se da una rueda y se emite una nota comunicando un acuerdo formal. Después, cuando el gobierno requiere el acuerdo para acudir a los tribunales, no aparece el documento. Primero era un protocolo obligatorio, según Vox. Después, según el PP, era voluntario. Primero era sólo para las mujeres que acudían a abortar, después era para todas las embarazadas.

Primero tenía competencias la Junta y autonomía política Mañueco, después ni una cosa ni la otra. Pero algo ha quedado bastante claro: Génova, quizá sin querer, ha defendido la ley del aborto, una ley vigente desde hace doce años sin que los sucesivos cobardes con toga y puñetas se atrevan ni a convalidarla ni a revocarla. Para ser coherente, el PP debería ahora retirar su recurso. Así suspirarían aliviados los nuevos puñeteros de nuestro augusto Tribunal Constitucional, liberados de la incómoda obligación de decidir.

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