Opinión

Enhorabuena, Portugal

                                                                                                                                                            José Paz

En 2016, 2018 y 2020, los Países Bajos habían liderado la tabla, lo que no sorprendía a nadie porque casi todo el mundo considera el marco legislativo holandés como el más liberal del mundo en todo lo relacionado con las libertades morales. Sin embargo, la edición de 2022 ha sido la del sorpasso, y el país que ha adelantado a los holandeses puede resultar muy sorprendente para muchas personas, porque se trata de un país latino, sudeuropeo y de raíz cultural católica: Portugal. La Fundación para el Avance de la Libertad, que elabora y publica cada dos años este estudio, venía advirtiendo de esta tendencia desde tiempo atrás. En 2016, el país vecino fue el tercero de los ciento sesenta analizados, y los medios portugueses se hicieron eco abundantemente de esta buena posición tan inesperada. En 2018, Portugal pasó a la segunda posición, y en 2020 la mantuvo a escasamente una centésima de los Países Bajos, en lo que de hecho constituía un empate técnico. Ahora, por más que pueda sorprender a quienes tienen una idea muy fija o muy estrecha sobre otros países, no queda más remedio que aplaudir la espléndida trayectoria lusa en materia de libertad moral.

Echando la vista atrás, cuando consideramos el pasado reciente de Portugal y lo comparamos con el de España, no podemos sino descubrirnos ante nuestros vecinos. A mediados de los años setenta, ambos países partían de circunstancias muy similares. Las dictaduras habían sido parecidas en lo principal, aunque quizá con mayor carga ideológica la española y una pizca más abierta la portuguesa, sobre todo por las tradicionales relaciones de Lisboa con el mundo anglosajón. Los dos países anhelaban integrarse en las estructuras de Europa Occidental, y ello no obedecía solamente al deseo de prosperar económicamente: la generación de la Transición era una cohorte etánea que buscaba también la libertad moral que veía cuando viajaba a países más avanzados. La dictadura política y los corsés del nacional-catolicismo habían hecho a los países ibéricos impermeables a toda la evolución sociocultural desencadenada en el resto de Occidente desde los años cincuenta: la equiparación laboral y política de las mujeres a los hombres, la pluralización del panorama religioso desde la revolución mística de los sesenta-setenta, la revolución sexual acaecida unos años antes, e incluso el fin del racismo (problema muy poco relevante en el caso de España pero más importante en Portugal tras el reciente derrumbe de su imperio africano y la presencia en la metrópoli de mucha más población subsahariana que en España). Se puede decir que hacia 1975, España y Portugal escucharon el disparo del árbitro e iniciaron su carrera hacia las libertades personales en materias hasta entonces consideradas como tabúes. Se acabó, por ejemplo, el viajar a Francia para ver según qué películas.

Casi medio siglo más tarde, el índice que ahora encabeza Portugal nos indica que este país pequeño y avanzado nos ha superado claramente a los españoles… y al resto del mundo. España está muy bien posicionada en el índice, ocupando nada menos que la séptima posición de la tabla y obteniendo la etiqueta de “muy alta libertad moral”, pero es que Portugal nos saca casi diez puntos y recibe la de “altísima libertad moral” que sólo comparte con holandeses y belgas. Desde los asuntos de bioética, incluyendo la gestación subrogada (toda una asignatura pendiente en España), hasta la política sobre drogas, muchos son los factores que, sumados, colocan a Portugal a la cabeza del mundo entero en libertad moral. Portugal le saca casi doce puntos en esta vertiente de la libertad a la mismísima Alemania, y más de una veintena a los Estados Unidos, Francia, Suecia o Gran Bretaña, países que quedan dos categorías por debajo, recibiendo apenas la consideración de “alta libertad moral”. No es que esos países hayan retrocedido, ni mucho menos, respecto a la situación de los años setenta, cuando españoles y portugueses mirábamos con envidia su grado de libertad moral. Lo que ha pasado es que Portugal, que ha avanzado mucho en libertad económica (y por lo tanto en prosperidad) lo ha hecho también en libertad moral. Enhorabuena, Portugal.

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