Opinión

No es Hamás, es Rusia


El ataque brutal y sorpresivo contra la población civil israelí, que esta vez se ha completado además con la infiltración de cientos de asesinos en Israel para causar estragos de forma indiscriminada y con el secuestro de decenas de ciudadanos, no sucede en un momento cualquiera. Ocurre cuando le interesa a Rusia. A través de su socio principal, Irán, el régimen del Kremlin maneja el botón que activa o desactiva a Hamás (al Sur de Israel) y a Hezbollah (al Norte). Su otro socio en la zona, Siria, es en realidad un simple protectorado donde Rusia hace y deshace a su antojo. El ataque se venía preparando desde casi un año antes y habrán sido necesarias innumerables reuniones, sesiones de entrenamiento y entregas de armamento. Sólo en la primera oleada cayeron sobre Israel más de cinco mil misiles. ¿Quién, si no se trata de Irán, es decir, de Rusia, tiene esa capacidad? Los preparativos pasaron por delante de las narices del Mossad y de todas las agencias occidentales, lo que debería preocuparnos bastante porque parece claro que no hemos invertido suficiente en inteligencia, como tampoco parece que estemos invirtiendo suficiente en defensa ante una Rusia que no oculta su voluntad imperialista de expansión y hegemonía global. Ucrania fue sólo el primer capítulo de la guerra fría, cada vez más caliente, que Rusia nos ha declarado. Tuvo su prólogo en Crimea hace casi una década, pero hicimos oídos sordos y miramos a otro lado. Ahora Ucrania es el primer frente de la nueva guerra global contra el orden liberal, pero Putin no se conforma con eso. 

Rusia necesita desgastar a Occidente en otros conflictos. Ya lo ensayó este verano en el Sahel, aprovechando para meter en vereda a los mercenarios rusos que se le habían subido a las barbas. A continuación, Rusia nos ha recordado este octubre que Oriente Medio sigue ahí y que es ella quien tiene la llave del conflicto: se la entregó Trump, esa debía de ser su forma de hacer América grande de nuevo. La cuestión palestino-israelí es tan divisiva en Occidente que a Rusia le interesa mantenernos enredados en ella mientras Ucrania pierde el foco de la atención mundial. Así podrá campar a sus anchas y continuar el exterminio consustancial a su política de tierra quemada, la única que el Kremlin conoce. No se dentendrá el generalato ruso en el triple frente Ucrania-Sahel-Israel. Lo siguiente puede ser un ataque directo a un país OTAN, seguramente alguna de las repúblicas bálticas, pero parece menos probable que otras opciones porque desencadenaría la defensa conjunta. Seguramente Moscú fuerce a Bielorrusia a atacar a Polonia o a Lituania, o genere un incidente de la fantasmagórica república rebelde de Transnistria, donde hay tropas rusas, contra la pro-occidental Moldavia.

Pero de todas las opciones, la más firme candidata a convertirse en nuestro próximo quebradero de cabeza es la doble agresión del nacionalismo serbio, capaz de desencadenar dos guerras a la vez: una contra Kosovo y la otra por la secesión abrupta de la República Srpska respecto a Bosnia y Herzegovina. Eso sería colocar el desastre de muerte y desolación a pocos cientos de kilómetros de tres países UE (Grecia, Italia y Bulgaria) y con una larga frontera con otro (Croacia). El nacionalista ultraconservador Vucic, que manda en Serbia, lleva desde el inicio de la guerra de Ucrania armándose hasta los dientes mediante compras a China totalmente desproporcionadas para el tamaño y las necesidades de defensa de Serbia, mientras provoca incidentes constantes entre la exigua pero militante minoría serbokosovar y la policía del segundo país más joven del mundo. Es el momento de que Occidente se una en el reconocimiento pleno de Kosovo, que aún hoy incumplen países como Grecia, Rumanía o, para nuestra vergüenza, España, y ello pese a la rotunda sentencia del Tribunal Internacional de Justicia en La Haya, que convalidó por completo la secesión kosovar. 

En medio de la barbarie de Hamás, la semana pasada terció el inefable Ramzan Kadirov, a quien Rusia permite desde hace décadas mantener una dictadura islamista radical en Chechenia, en suelo de la Federación Rusa. Y Kadirov salió, como no, en defensa de los terroristas sangrientos de Hamás, y ofreció el despliegue de sus tropas en Gaza. No parece probable que eso vaya a suceder, porque se le vería demasiado el plumero a Putin. Claro que a Putin ya parece importarle poco la exposición pública de sus más repulsivas vergüenzas. Putin se queja de que no consigue derrotar a Ucrania porque los países occidentales la ayudan, y que eso es una guerra “by proxy” o guerra delegada, y es injusta porque impide a la pobrecita Rusia aplastar tranquilamente a sus vecinos. Todo indica que Moscú busca “devolver” esa estrategia haciéndonos su propia guerra delegada en varios frentes. Tal vez haya llegado el momento de decir basta, de golpear la mesa y demostrar que nuestro mundo de raíz ilustrada no se acobarda ante los enemigos de la libertad. Empecemos por el peor de esos beligerantes delegados, por el más sectario tentáculo exterior del Kremlin: Irán. A grandes males, grandes remedios. 

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