Opinión

Islero, Oswald y Puigdemont


Supongo que los amigos de Carles Puigdemont ya no le llamarán Carles, sino “Islero”, como al Miura de media tonelada que en 1947 mató de certera cornada al famoso torero Manolete. O quizá le llamen Lee, por Lee Harvey Oswald, el francotirador que, con permiso de los conspiracionistas, asesinó desde un sexto piso al presidente Kennedy. Cualquiera de esos dos apodos podría irle bien al centésimo trigésimo presidente de la Generalitat, según la cuenta larga catalana, o apenas octavo si seguimos la mucho más cicatera que se aplica desde Madrid, porque al “molt honorable” ya sólo falta culparle del sangriento borrado censal del presidente americano y del matador cordobés. Pero, instalada como está nuestra piel de Islero, digo, de toro, en la mayor de las hipérboles políticas, no parecerá un exceso referirse a Puigdemont como Atila o, si se busca un tono más bíblico, Herodes. Y mira, ya puestos, llamémosle Pol Pot, total, ¿qué más da?

En la Polonia de Morawiecki, felizmente superada, o en la Hungría de Orbán, infelizmente vigente, la administración de Justicia se ha convertido en martillo de disidentes y correa de transmisión de los respectivos gobiernos. En España es ambas cosas, pero no del gobierno de turno sino de los dos grandes partidos. Nuestro “deep state” es doble, somos así de originales y llevamos siéndolo desde hace décadas. Parafraseando a Machado podemos declamar: españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, uno de los dos “deep states” ha de helarte el corazón. En efecto, PP y PSOE tienen “sus” jueces, “sus” fiscales, “sus” funcionarios y “sus” ingentes, hediondas y tóxicas “cloacas del Estado” para espiarnos o empapelarnos si conviene. Esos dos grandes partidos, supuestos vehículos de participación política de la ciudadanía pero organizaciones cerradas y jerarquizadas top-down en la realidad, solían usar juntas esos recursos, pero hoy lo impide su divorcio absoluto, debido al secuestro de cada uno de esos partidos por sus socios extremistas. Un PSOE que necesita a la extrema izquierda y un PP que necesita a la extrema derecha han hecho de la Justicia un lodazal. La politización simultánea por culpa de ambos es burda e infame. La credibilidad de la Justicia cae en picado dentro del país y ya es motivo de burla y desprecio en el exterior. Los procedimientos judiciales en curso llevan cuatro años abiertos pero ahora, justo ahora, casualmente ahora que se está tramitando la ley de amnistía, salen a la luz terribles imputaciones de nuevo cuño que por algún extraño motivo no se habían utilizado antes.

En la madrileña Plaza de la Villa de París, a escasos metros de Génova 13, hay “overbooking” de togas porque está allí el Supremo, la Audiencia Nacional y el Consejo General del Poder Judicial. Menos conocida es la óptica que sin duda tiene que haber en alguna de sus esquinas, donde ciertos magistrados compran las gafas de ver delitos inexistentes por amor a la patria. Define nuestra Real Academia la voz “terrorismo” como la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. ¿De verdad hay alguien en su sano juicio que vea terrorismo, nada menos, en las acciones de los políticos del procés? Todo lo ocurrido hasta el 1-O y posteriormente es “cosa juzgada”, aunque juzgada “de aquella manera” porque a los procesados se les negó el juez natural y se admitió como acusación particular a sus enemigos políticos, y tan poco fundamento tuvo todo lo actuado que las autoridades judiciales de una quincena de países más serios que el nuestro no vieron ni ven aún motivo alguno para detener y deportar a los huidos. Lo del “terrorismo” se aplica ahora a las protestas violentas posteriores a la sentencia del procés. Hubo altercados serios, sin duda, y grupos organizados que incurrieron en violencia intolerable. Tan intolerable como la represión policial del 1-O contra simples votantes, fuera válida o no la consulta en la que participaban. Pero ver en lo del Prat o en las protestas de Via Laietana actos de “terrorismo” es una nueva y obscena hipérbole. Y es un indicio de desesperación de uno de los “deep states”, el mismo que presumía de controlar el Supremo para afinar cosas. 

La amnistía de todo lo relacionado con el procés es necesaria, incluso para los bestias que pegaron a los votantes. Se necesita abrir otra etapa. La actuación de PP y PSOE durante aquellos años fue enormemente equivocada y hay que hacer borrón y cuenta nueva de todo, para ambas partes y para todos los participantes, desde directores de colegios hasta policías y desde “cedeerres” hasta políticos. Pero uno de los “deep states” se niega e improvisa ahora infundios traídos por los pelos, imputaciones que, si llegan a Europa, provocarán una lectura que nos cubrirá de vergüenza. Mucho antes va a llegar la revisión del propio juicio del procés, y no pinta muy bien para nuestro Supremo. Es estéril y deplorable improvisar ahora nuevos delitos y tremendas conspiraciones prendidas con alfileres para empurar aún más a Puigdemont o a quien sea. Basta de arrastrar por el fango las puñetas de la toga, aunque ya nada les va a devolver su blancura.

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