Opinión

Kallas y Trump

Estos días hemos podido comprobar el enorme contraste entre dos líderes políticos internacionales, Donald Trump y Kaja Kallas. Los dos han gobernado sus países, respectivamente Estados Unidos y Estonia. El primero se presenta ahora a una problemática reelección mientras se defiende en los juzgados de decenas de imputaciones por delitos diversos, algunos de ellos incompatibles con el cargo que pretende recuperar. La segunda ha sido reelegida hace menos de un año aumentando la magnitud de su partido en votos y escaños. Los dos son políticos opuestos a la visión política de la izquierda y los dos lideran sus partidos. Pero ahí terminan las similitudes.

Kaja Kallas, líder del partido Reformierakond estonio, es una de las principales exponentes mundiales del liberalismo clásico en su vertiente política, junto al flamante nuevo presidente taiwanés Lai Ching-te, que tomará posesión en mayo. Donald Trump es el líder mesiánico, extremista y antiliberal que ha hackeado el histórico Partido Republicano de su país transformándolo de arriba abajo mientras Ronald Reagan o George Bush padre se revuelven en sus tumbas ante el grado de populismo iliberal que este personaje destila. Estonia es un país ejemplar en todo. El pasado día 1, la Fundación para el Avance de la Libertad organizó en Madrid una jornada sobre el modelo económico, fiscal y digital estonio, y los datos presentados por los expertos son envidiables. La pequeña república báltica ocupa el sexto lugar del mundo en libertad económica (Wall Street Journal y Heritage) y el primero de la OCDE en competitividad fiscal según la Tax Foundation. Su desempeño es altísimo en los índices mundiales de libertad electoral y moral que realiza la Fundación. En los rankings de libertad de prensa (Reporteros sin Fronteras) y de ausencia de corrupción (Transparency International) también ocupa posiciones muy destacadas, y saca muy buenas notas en los rankings PISA de educación y en la clasificación de calidad y neutralidad de los sistemas de Justicia. Si no fuera por el clima, Estonia sería un sueño de país, y mucho de todo eso es el resultado de la fuerte influencia del liberalismo, no ya en el gobierno sino en la sociedad. Kaja Kallas lidera un país que apenas hace tres décadas y media era parte de la Unión Soviética, donde no había ni libertad ni riqueza. La ausencia grave de ésta última precipitó el final de un sistema imposible. Se cumplió el famoso teorema sobre la imposibilidad del socialismo y todos los países que pudieron zafarse del neozarismo rojo lo hicieron. Los primeros fueron las tres repúblicas bálticas que recuperaron su anhelada independencia. Y las tres se cuentan hoy entre los países que más y mejor crecen en el Viejo Continente.

Donald Trump, por su parte, llegó a la Casa Blanca y en cuatro años destrozó la sociedad estadounidense, que hoy se halla inmersa en lo que los politólogos están llamando un “divorcio nacional” entre dos cosmovisiones políticas absolutamente enfrentadas. Parece ir en serio el movimiento de secesión de Texas, al que podrían seguir estados donde hay movimientos similares incluso más antiguos aunque no tan fuertes, como New Hampshire o California. Pero el principal divorcio se da entre dos Américas que coexisten sin convivir, separadas por un muro invisible que en cualquier momento puede provocar conflictos civiles de gravedad. Trump, que dejó en su primer mandato el peor déficit de la historia, seguramente ni siquiera habrá oído hablar de Estonia ni de su gestión de la economía capitalista de libre mercado. Como buen ultraderechista, Trump es un obrerista empedernido que cultiva el populismo a costa del contribuyente y del consumidor. Su proteccionismo extremo le llevó a deteriorar gravemente los lazos comerciales con sus socios europeos y asiáticos, a beneficio del proyecto BRICS de Vladimir Putin y Xi Jinping, un remedo del viejo Comecon. Al mismo tiempo, su retirada culposa del terreno geopolítico benefició también a Rusia y China, generando una inestabilidad inédita desde el fin de la Guerra Fría, cuyo resultado casi logró revertir este indeseable. 

El contraste al que aludía al principio es el siguiente. Trump acaba de echarnos a todos los europeos, a todos los occidentales, el peor jarro de agua fría: si gana en noviembre, no garantiza en absoluto cumplir las obligaciones de su país bajo el Tratado de Washington, e incluso ayudará a Rusia a que su posible ocupación de alguno de nuestros países sea un paseo militar sin oposición norteamericana. Trump vuelve a actuar a beneficio de Putin, y ya ni se molesta en ocultarlo. Y apenas un par de días después, Putin declara en “busca y captura” a la primera ministra en ejercicio de un país vecino y miembro de la OTAN y de la UE, precisamente la estonia Kaja Kallas. El sorprendente motivo formal, haber quitado simbología soviética. La realidad, Estonia es el país que más está invirtiendo, proprocionalmente a su tamaño, en el apoyo a Ucrania, y Kallas es quizá la voz más relevante de Europa contra el imperialismo ruso. A quien hay que capturar y sentar ante un juez es a Putin. Y a Trump.

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