Opinión

Necesitamos más jóvenes empresarios

Cómo es posible que en España, uno de los países con más paro juvenil de todo el mundo desarrollado, se den también unas cifras descorazonadoramente bajas de emprendimiento y de trabajo autónomo entre los jóvenes? Uno tendería a pensar que, al haber poca oferta de empleo por cuenta ajena, muchos jóvenes optarían por hacerse autónomos o asociarse con otros para montar un pequeño negocio. Pero no es así, son proporcionalmente pocos. ¿Por qué? ¿Acaso son los jóvenes españoles diferentes de sus coetáneos europeos o norteamericanos? Por desgracia parece que sí, a juzgar por la numerosas encuestas que invariablemente arrojan un panorama desolador: nuestros jóvenes quieren, en su inmensa mayoría, ser el día de mañana empleados de una gran empresa, o incluso funcionarios, y sólo una exigua minoría sueña con emprender. Qué lejos les queda el ejemplo del joven que, con un par de amigos, pone en marcha con esfuerzo algo innovador desde el garaje de sus padres, atrayendo después el interés de los inversores. Desde aquí se ve como un mito, pero miles de empresarios de carne y hueso lo confirman, y no sólo en los Estados Unidos.

Al joven español medio, décadas de propaganda anticapitalista y a favor de la igualación de los resultados económicos en un marco de redistribución estatal, le han convertido en un gris aspirante a burócrata. También se le ha inyectado toda una cultura de la, digamos, moderación en el esfuerzo, que le ha llevado a tener más miedo a herniarse que a hacer cola en el INEM o hartarse de cursillos inútiles. Su aversión al cansancio es incluso superior a su aversión al riesgo. Y por si ese lavado de cerebro no fuera suficiente, ya se han encargado nuestros políticos de convertir toda actividad independiente en una infernal carrera de obstáculos, desalentando el emprendimiento juvenil. Mucho ha tenido que ver en ello el lobby ejercido sobre los sucesivos gobiernos por los sindicatos españoles. En comparación con los de otros países, registran poca afiliación y recaudan muy poco en cuotas o donaciones voluntarias, pero en cambio tienen un poder político desmedido y una amplísima financiación a costa de los demás contribuyentes. Y a los sindicalistas no les agradan ni el trabajo autónomo ni las pymes, porque en esos entornos les resulta muy difícil obtener poder o privilegios. En un marco tan hostil como el nuestro, el joven que sueña con emprender acaba con frecuencia yéndose al extranjero, donde seguramente también deberá empezar como asalariado, pero al menos tendrá un sueldo más elevado y, quién sabe, tal vez pueda ahorrar y terminar emprendiendo en su país de acogida o regresar para poner un negocio en España. Las políticas económicas y laborales hiperintervencionistas y la desincentivación deliberada del emprendimiento son responsables, al menos en parte, de nuestro serio problema de fuga de talento.

Otra parte de culpa la tiene el maltrato que reciben en España las empresas familiares, sobre todo porque el cambio de generación se ve gravado con un elevado impuesto de Sucesiones en bastantes comunidades autónomas, y en casi todas ellas cuando la herencia es “indirecta”, por ejemplo entre hermanos o para un sobrino o primo, en lugar de ceñirse estrictamente al pase de padres a hijos o de abuelos a nietos. Esta incomprensible discriminación, incluso entre personas emparentadas, no tiene hoy ninguna razón de ser. En cualquier caso, este y otros muchos mordiscos fiscales a la empresa familiar, junto al laberinto regulatorio en muchos sectores, llevan a bastantes jóvenes a no continuar el negocio de sus padres y, contaminados como están por la cultura del puestecito tranquilo “para toda la vida”, mandar su currículo a alguna multinacional o hacer una oposición. Es decir, tenemos incluso un cierto problema de fuga de cerebros interna, desde las empresas familiares, habitualmente medianas, hacia los mastodontes corporativos altamente sindicalizados o, directamente, hacia la Administración.

El estudio “Las trabas al emprendimiento juvenil en España”, dirigido por el economista Alberto Gómez y publicado esta semana por la Fundación para el Avance de la Libertad, plantea recomendaciones de política pública destinadas a mejorar, incluso dentro del paradigma actual, el atractivo del emprendimiento entre nuestros jóvenes. Aparece este informe justo cuando el gobierno de coalición entre la izquierda y la extrema izquierda acaba de darles a los autónomos un nuevo y gravísimo hachazo tributario. Y debemos recordar que persiste en España la rara e injusta figura del “autónomo societario”, un obstáculo más a la hora de compaginar un trabajo convencional con la paulatina puesta en marcha de una pyme hasta poder dar el salto para dedicarse solamente a ella. España no alcanzará los niveles de prosperidad del Norte de Europa mientras persistan el hostigamiento regulatorio y tributario, las cuotas impagables y el bombardeo cultural contra el emprendimiento, ya desde la escuela. Emprender es siempre, y sobre todo para los jóvenes, una dura carrera de cien metros vallas, pero tener en contra a las gradas y a los jueces de la competición convierte en heroico lo que debería ser simplemente normal.

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José Paz

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