Opinión

Popper tuvo razón

En plena Segunda Guerra Mundial, el filósofo liberal británico de origen austriaco Karl Popper escribió su obra maestra, “La sociedad abierta y sus enemigos”. Como a los “otros” austriacos (los economistas de la Escuela Austriaca), a Popper le horrorizaba el grado de inhumanidad y el frío salvajismo mecánico al que llegaba la sociedad al perderse el concepto básico de supremacía de la voluntad de los individuos y de su libertad para asociarse, siempre mediante acuerdos voluntarios, y emprender todo tipo de proyectos, lucrativos o no, en todos los ámbitos de la vida. Ludwig von Mises llamó “acción humana” (y así tituló su libro más extenso y reconocido) a esa pulsión de las personas por organizarse y dar salida a sus ideas planificando por su cuenta, quizá en unión libre con los socios escogidos, su ulterior ejecución práctica.

Esa planificación había de ser privada, particular, decidida por cada persona o agrupación voluntaria de éstas, y de ninguna manera podía obedecer a un poder central. En su obra “Caos planificado”, Mises atacó cada una de las ideologías que usurpaban la libertad individual, desde el comunismo hasta el nacionalsocialismo. Por su parte, Friedrich August von Hayek, otro austriaco de nacionalidad original y de escuela económica, acuñó el maravilloso concepto de “orden espontáneo”, que no deja de guardar paralelismos con los ecosistemas naturales, para referirse a la economía: un mercado libre es la expresión de una sociedad igualmente libre. Todo lo contrario de la sociedad fascista, nacionalsocialista, comunista. Todo lo contrario de esas sociedades-cárcel de Hitler o de Stalin. Hayek dedicaría su soberbia “Camino de servidumbre” a los socialistas de todos los partidos, porque, como resulta evidente, esas tres y otras muchas formas de totalitarismo son expresiones de un mismo núcleo ideológico: el socialismo o colectivismo, que puede cursar con estética de derechas o de izquierdas.

El mismo editor londinense del libro de Hayek publicó un año más tarde (en 1945) el de Popper. Su principal valor fue poner de manifiesto la enorme superioridad de la sociedad pluralista. Lo que Popper llama “sociedad abierta” desde las ciencias sociales es muy similar a lo que Hayek llama “orden espontáneo” desde la economía. En 1945, el mundo vio nacer, junto al libro de Popper, un horizonte de paz en el que el “mundo moderno” liberal, tan odiado por pensadores totalitarios como Julius Evola, había vencido. Hitler y Mussolini ya no estaban, sus pocos restos en otros países (como Franco) eran una caricatura ridícula, y Stalin persitía como amenaza sólo porque Occidente ya no había tenido fuerzas para erradicar también el comunismo, pero era evidente que tarde o temprano implosionaría porque su economía era, sencillamente, una mentira inviable. Sorprende que resistiera hasta 1989, básicamente a cambio de mantener a sus súbditos casi en la miseria.

Pero Popper nos alerta, ya desde el mismo título, de la presencia inerradicable de los enemigos de la sociedad abierta, del pluralismo y del individuo, de los acuerdos voluntarios y del orden espontáneo que éstos conforman. Los enemigos, en suma, de la libertad. Y nos presenta una paradoja hasta hoy irresuelta y posiblemente irresoluble. La libertad en todas sus vertientes, y especialmente en las de índole civil y política, establece un marco general idóneo para el desarrollo humano, pero ampara también la presencia y la libre organización y acción de los contrarios a ese mismo marco. Dependiendo del momento político y económico, esas facciones minoritarias serán una piedra en el zapato o un tumor grave. En general podrán ser contenidas mediante los grandes acuerdos transideológicos de las facciones sistémicas, pero en determinados momentos podrán devenir una amenaza real a la sociedad abierta. A nadie puede hoy caberle la menor duda de que atravesamos uno de esos momentos, seguramente el de mayor peligro desde que se publicara el libro de Popper. En estos más de setenta y cinco años, el orden liberal vencedor de la guerra se ha extendido por gran parte del mundo convirtiéndose en el estándar comúnmente aceptado como modelo de sociedad, de gobernanza política y de sistema económico. Ha liberado a millones del racismo, del sexismo, de la homofobia o del confesionalismo impuesto. Pero, como todo sistema humano, ha sucumbido también a la complacencia, cuando no a la corrupción. Ese inevitable desgaste ha dado alas a sus enemigos, que buscan hoy una “sociedad cerrada” donde individuos y minorías vuelvan a verse sometidos al idealismo hegeliano de la patria, el pueblo, la nación, la comunidad de fe o cualquier otro mito colectivista esgrimido para aumentar el poder del Estado y de sus gestores.

Estamos en un momento de alto riesgo de involución mundial. Conviene releer a Popper y estudiar medidas de autoprotección de la sociedad abierta, porque sus enemigos ya no son una mera anécdota. Quizá sea necesario ponerle fronteras externas al marco plural de opciones, o, al paso que vamos, pasado mañana podemos tener nuevos personajes como Hitler y Stalin por todas partes.

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