Opinión

El PP tras el 4 de mayo

"España no es Madrid”. Este es el mantra que repiten los tertulianos de izquierda desde el estrepitoso fracaso del PSOE y Podemos (y la dulce derrota de Más Madrid) en las elecciones del mes pasado a la Asamblea de Madrid. La tesis que sostienen es que lo que pasa en Madrid no es extrapolable al conjunto de España. Suponen que Madrid, por su nivel de renta y por otros condicionantes, es más proclive a que el electorado pueda ilusionarse con una visión algo más liberal. Pero creen que eso en el resto de España no es probable. No les falta razón cuando afirman que los barones territoriales del PP son en general refractarios a ese mayor liberalismo económico de sus compañeros madrileños. En efecto, la ejecutoria política de la inmensa mayoría de cargos locales y autonómicos del PP se ha caracterizado durante décadas por un grado de intervencionismo económico y de asistencialismo social prácticamente equivalentes a los del PSOE.

El problema que hemos tenido en España es el frentismo generalizador, antes mediante el bipartidismo y ahora por bloques de dos o tres partidos. Llama la atención, como caso prácticamente único en Europa, la ausencia del centro político en la ecuación, o su desaparición cuando los extremos agitan el miedo al contrario, como ha pasado en Madrid. Pero incluso en ese escenario, el PP se ha caracterizado siempre por intentar ser la casa común de todas las corrientes de pensamiento “no izquierdistas” en el sentido meramente cultural o estético, porque después su estatismo económico ha sido siempre elevado. El PP ha querido aglutinar a conservadores, liberales, democristianos, algunos socialdemócratas como Villalobos, los centristas y moderados procedentes del CDS o ahora de Ciudadanos, los nostálgicos del franquismo y otros nacionalistas, etcétera. Si juntarlos fue posible, sobre todo con lubricantes como el poder y el dinero, lo que resulta imposible es fusionarlos, y al final hay que optar por unas ideas u otras al redactar el programa y al gobernar. Igual que el PSOE no podría dar cabida por igual a Jordi Sevilla y Juan Carlos Monedero, el PP no puede abarcar desde Feijóo a Abascal pasando por Albert Rivera. Ese modelo de partido, que los politólogos llaman “catch-all” (atrapatodo) ya pasó y no parece probable que regrese. Al PP no le va a quedar más remedio que definirse ideológicamente por fin, con muchas décadas de retraso. Y la definición tiene que ser la misma en todas partes. No puede definirse de una forma en Galicia, de otra en Madrid y de una tercera en Andalucía.

Si alguna definición le cabe al PP de siempre, sería la de partido democristiano. Eso le conectaba con la CDU alemana y con los grandes partidos de centroderecha europeos, salvo el británico. Pero por esa misma lógica, en Europa siempre hubo y hay partidos liberales independientes de la hegemonía democristiana. Su ausencia en España ha sido siempre una anomalía. Aquí, cuando intermitentemente han existido, se les ha ahogado y absorbido, y estamos viendo el enésimo caso. Y dentro del PP, los liberales siempre han sido compañeros incómodos para la mayoría y para los estrategas. Había que asimilarlos, pero resulta que mezclar liberales y democristianos es una aberración. Los democristianos, incluyendo a todos los que han mandado en el PP, son en realidad intervencionistas. Sólo la estética les diferencia de los socialdemócratas. ¿Pueden ser hoy el núcleo ideológico del PP? Estamos viendo en toda Europa, España incluida, el ocaso del modelo democristiano en el centroderecha. Fuera, le ha salido un competidor nuevo, el nacionalpopulista, con guiños escalofriantes al espacio ultra. Y dentro, crecen los liberales desacomplejados que bostezan ante el relato democristiano de siempre y se atreven a pedir menos impuestos y menos Estado. Se dejan de pamplinas místicas trasnochadas y suelen moderar el sentimentalismo nacional, al menos en comparación con la nueva derecha. Esa corriente, que podríamos llamar liberal moderada, es hoy superior a la democristiana en viabilidad electoral y en adaptación al presente. Y no sólo en Madrid: es un fenómeno internacional. Es la evolución ideológica general de esta etapa.

Para diferenciarse de su pasado democristiano y corrupto, y también de su nuevo competidor extremista, el PP tiene que sacrificar el distributismo rancio de la democracia cristiana y abrazar sin medias tintas la visión liberal de la economía y de la sociedad. Y si a los barones les da miedo porque temen que su electorado no lo comprenda y no les acompañe, tendrán que aguantarse, ponerse las pilas y esforzarse en explicar algo que en realidad es de cajón: para tener la prosperidad de Madrid hay que emular a Madrid, bajar impuestos y liberalizar lo que se pueda. No hay otro camino. Si los PP regionales se quedan en lo de siempre, en la gestión tecnócrata y en la vaga e insulsa nebulosa democristiana, les comerá la tostada Vox o sencillamente les ganará la izquierda. Si quieren distanciarse de Vox para frenarlo, recuperar la ilusión con un proyecto renovado y reformista y ganarle a la izquierda en sus ciudades y comunidades, más les vale a los barones salir de su zona de confort y empezar a aprender algo de liberalismo, al menos económico, para apuntarse a la vía Ayuso. Les recomiendo que empiecen por el libro “La economía en una lección”, de Henry Hazlitt. Es ameno y asequible incluso para el nivel tan bajo que generalmente caracteriza a estos burócratas de la política regional.

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