Opinión

Las pseudoprimarias de Podemos

Cuando surgió Podemos su principal discurso era regeneracionista. Ese fue el mismo camino inicial de UPyD, de Ciudadanos y hasta de Vox. Esa ha sido, en este casi medio siglo de democracia, la estrategia de todo partido nuevo. Se acusa al duopolio imperfecto, PP y PSOE, de ser opacos, corruptos e internamente dictatoriales. Se les presenta como organizaciones no deliberativas, sectas sometidas al poder omnímodo de quienes logran encaramarse a la planta noble de Ferraz o de Génova. Se les afea su cesarismo. Se apunta el dedo a sus estructuras de poder arcaicas: un líder rodeado de un equipo nombrado por él, con el único y débil contrapeso de unos “barones” territoriales que reproducen a escala esa misma lógica caciquil en sus taifas. ¿Saben qué? Ese cuadro, pintado por todo partido nuevo, es veraz, es hiperrealista, es una plasmación cuasi-fotográfica de la insoportable partitocracia española. Cuando uno viaje por Europa e incluso por zonas del mundo con un desarrollo político supuestamente inferior, si explica el modelo de partidos español y su funcionamiento interno genera bocas abiertas y manos a la cabeza. Difícilmente se encuentra en alguno de los países que admiramos tamaña dictadura intra-partidos. Es un adagio muy repetido en las facultades de Ciencias Políticas que “la democracia acaba a las puertas de los partidos”, igual que la Justicia termina a las puertas de sus instancias superiores. Es normal, entonces, que los regeneracionistas de trazo grueso esgriman el augusto retrato de don Joaquín Costa para invocar el debido procedimiento formal y la atomización participativa del poder. Esa exigencia preside siempre el nacimiento tan “espontáneo” de todo partido nuevo y limpio que se precie. Pero, ¿saben qué, también? Ese inicial regeneracionismo de la vida partitaria es un útil engañador de ilusos para hacer bases. Después, una vez nutridas las huestes, se va diluyendo hasta exhibir unas oligarquías internas no muy diferentes de las que controlan los demás partidos. Vox presumía al principio de democracia interna, pero tan pronto como creció y tuvo poder y recursos, se convirtió a la opacidad y al ordeno y mando, periplo culminado este pasado verano con la “noche de los cuchillos largos” que cayó sobre los sectores conservadores a manos de la cúpula neofalangista. En Ciudadanos, la democracia interna fue mayor al principio y en este agónico final que durante las etapas de poder, como siempre pasa. Qué decir de UPyD, que siempre fue un proyecto personalista a la medida de su fundadora, igual que, en menor medida, pasó también años atrás en mi querido CDS, donde la palabra de Suárez era ley divina.

En España los partidos no son democráticos porque la sociedad no ha interiorizado ni lo más básico de la política en libertad. No lo son porque el español prefiere el cabildeo one-to-one en los despachos y los pasillos, lamiendo botas con eficacia, y rehúye en cambio la confrontación abierta en reuniones amplias, porque entre nosotros eso suele acabar en trifulca. No lo son porque los españoles no están muy dotados para la discrepancia respetuosa, para oponerse sin insultar, para pactar con alguien en aquello que comparten mientras se enfrentan a la vez en aquello que les divide, para diferenciar alianza de amistad y, llegado el caso, oponerse en política a un amigo personal o, por el contrario, acordar con quien no tragan. Falta democracia interna porque falta madurez política, que no se enseña en la escuela ni en casa. En otros países va de suyo pero que aquí se desconoce.

Cuando se habla en España de democracia interna surge de inmediato la palabra clave “primarias”. ¿Eres un partido nuevo, jovial, anti-establishment y regeneracionista? Pues tienes que hacer primarias. Pero tranquilo, que hay mil y un trucos para que no pase nada fuera de tu control. ¿En cuántas primarias de la nueva política ha ganado un candidato enfrentado con su barón local o con la todopoderosa cúpula nacional? Pues eso. Más valdría que en vez de primarias se escogiera la dirección en todos los niveles territoriales mediante elecciones realmente plurales, secretas y participativas, nutriéndose así los órganos ejecutivos cotidianos de personas representativas de varias sensibilidades, y no del equipo sumiso formado por el jefe ganador, que encima suele serlo sin oposición.

El caso más primario de primarización de un partido lo dio el otro día la primaria Ione Belarra cuando, siendo la jefa del primario partido Podemos, ungió primariamente a Irene Montero como candidata a Estrasburgo “si las primarias la convalidan”. Y la afición (perdón, la afiliación) rompió en primario aplauso adorador a la lideresa mientras la primaria candidata subía al atril para confirmar que, primarias mediante, encabezará la candidatura anunciada por el dedo de Belarra. ¿Qué cara se le habrá quedado a cualquier otro aspirante que hubiera querido presentarse, si la arrantzale Belarra ya había vendido todo el pescado? Pues a eso, señoras y señores, es a lo que en España se llama “primarias”. Políticamente somos muy, pero que muy, primarios.

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