Opinión

Putin busca internacionalizar la guerra

Esta semana hemos asistido a dos incidentes que dan una idea bastante aterradora de los planes de Vladimir Putin. Por un lado, la fuerza aérea de la OTAN que patrulla a diario los cielos de Polonia, concretamente una escuadra de cazas holandeses, ha tenido que interponerse para impedir la entrada de aviones de guerra rusos en el espacio aéreo polaco. Los aviones despegaron desde el pequeño enclave ruso de Kaliningrado, ubicado en la costa báltica, entre Polonia y Lituania. Resulta bastante evidente a estas alturas que ese enclave no tiene razón de ser, y debería haberse desgajado de Rusia a principios de los noventa, junto a las tres repúblicas bálticas que fueron valientes pioneras al romper las odiosas cadenas soviéticas.

Así, la población de Kaliningrado sería hoy libre y próspera, como lo son Lituania, Letonia y, especialmente, Estonia. En una situación de franca hostilidad entre Rusia y Occidente, es absurdo que ese enclave requiera una complejísima ruta marítima y aérea para conectarlo con San Petersburgo. Es importante ayudar a la población de ese fantasmagórico “oblast” supuestamente ruso a seguir la senda de sus vecinos bálticos e integrarse en el mundo libre antes de que lo haga Rusia, una vez se libere de la dictadura. Pero, en cualquier caso, lo que el Kremlin no puede pretender es emplear el enclave como un quiste en Europa, supurando altercados aéreos y la amenaza constante de los misiles balísticos. Kaliningrado está apenas a unos cientos de kilómetros de Varsovia y de Berlín. Esta vez los aviones holandeses nos han salvado de un incidente de primerísimo orden, porque Polonia ya está harta y habría derribado sin contemplaciones los cazas rusos. 

Por otro lado, tras la dimisión en bloque del Gobierno moldavo el viernes pasado, hace unos días la presidenta del país, Maia Sandu, denunció un complot ruso para dar un golpe de Estado en ese país, el más pobre de Europa. La información procedía de la inteligencia ucraniana y fue corroborada por el espionaje británico. Moldavia es un país fuertemente tensionado entre el “mundo ruso” y el occidental. La mayoría de los moldavos de etnia rusa se trasladaron en su día a la región separatista de Transnistria, pero muchos continúan en Chisinau y hacen lo posible por tirar de Moldavia hacia la alianza con Moscú. Moldavia lleva tres décadas exhibiendo neutralidad y diciendo que quiere entrar en la UE pero no en la OTAN. Esa posición se ha venido abajo. Si Rusia quiere hacerte un golpe de Estado, lo lógico es que te unas a la OTAN. Si encima eres vecino de Ucrania, invadida por Rusia, y tienes una república prorrusa en tu propio territorio, pues blanco y en botella. Es de esperar que Sandu pare cualquier conato de golpe e invite a Rumanía y, con ella, a la OTAN, a tomar posiciones militares en el país para defenderlo de la más que probable agresión rusa. Era evidente desde el inicio de la guerra que Rusia no se iba a parar en Ucrania. Además, unir Transnistria con las zonas ocupadas es de importancia estratégica para Rusia, ya que le facilita hacerse con Odesa y controlar toda la costa ucraniana del Mar Negro. Occidente no puede permitir que eso suceda. Sería letal para Rumanía y Bulgaria, miembros de la UE y de la OTAN. Putin sigue obsesionado con recuperar de una u otra forma las viejas fronteras soviéticas, y hay que impedírselo a toda costa. Y eso hoy pasa por integrar a Moldavia y defenderla.

Más allá del típico tanteo de Putin, que siempre golpea y se retrae para sacar conclusiones y preparar el siguiente golpe, parece obvio que estos dos incidentes apuntan a una nueva fase del conflicto. Moscú puede estar buscando una escalada de la tensión con Occidente. Los motivos serían varios. Por un lado, la sensación generalizada de que Rusia está perdiendo la guerra en Ucrania. A casi un año del fatídico 24 de febrero, ni ha tomado Kyiv ni ha logrado prácticamente nada relevante, más allá de fortalecer y agrandar un poco las regiones que ya controlaba. Por otro lado, a Rusia se le está acabando por fin el dinero, aunque habría sido necesario forzar más la máquina de las sanciones. Además, parece haber descontento en el generalato ruso, y la entrega a Ucrania de tanques (y, esperemos, de aviones) no augura un futuro de mejora desde la perspectiva del Kremlin. Rusia se ha metido en una trampa de la que no puede salir fácilmente, y por eso busca internacionalizar el conflicto a cualquier precio. Occidente debe ser cauto pero nunca timorato. Rusia es un gigante con los pies de barro. Es necesario darle al oso ruso una patada en el hocico que le envíe a su cueva sangrando y humillado. Ucrania tiene que ganar esta guerra salvaje de tierra quemada y extermino de personas. Kyiv debe recibir reparaciones de guerra y los rusos pagarlas hasta el día del juicio final. Pero la mayor factura debe pagarla en La Haya: la factura judicial infinita por uno de los mayores genocidios de la Historia de nuestro continente. Europa, la OTAN, Occidente entero, han sido lentos y suaves en la reacción frente al nazi loco del Kremlin. Es hora de hacerle frente sin más paños calientes.

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